A la misma hora en la que Dilma sacaba dos puntos de ventaja, Boca ganaba por dos goles. Cuando en Brasil empezaban los cantos de las razas por la victoria del progresismo del Partido de los Trabajadores, los hinchas de raza del xeneize se abocaban a los estribillos musicales que caracterizan La Bombonera.
Dilma sonreía, y los seguidores xeneizes se autocelebraban en la veraniega tarde de Buenos Aires, porque el equipo había reencontrado un juego que sólo habitaba la nostalgia de la parcialidad. Bien Gago, bien Meli, rápido el Burrito y, a los ocho minutos, el Boca de urna dio la primera conquista en una carrera magnifica de Juan Manuel Martínez. El remate cruzado al segundo palo, esa primera alegría marcó el rumbo del juego. Las buenas respuestas de Defensa y Justicia fueron una amenaza latente que enriqueció el espectáculo. Otra vez desde la condición de relator podía decirse que la materia prima era de la buena.
Felizmente para Boca y lamentablemente para la justicia cuando parecía que el empate sería irremediable, tras una contención magnífica de Orión ante Brian Fernández, el otro arquero, Fernando Pellegrino ofreció un regalo que cuesta entender. Lento en una salida ofreció la pelota y el arco libre, para que otro gol del Burrito acelerase el final. Uno por uno los hombres del Vasco Arruabarrena habían dado una respuesta eficaz. Orion otra vez muy firme, prolongando su faena magnífica de Paraguay. Los laterales muy enchufados, el mediocampo muy respetable por Gago y Meli, pero también por el equilibrio de Cubas y el andar rapidísimo de Carrizo. Si se considera que Gigliotti y, sobre todo, Juan Manuel Martínez, que consolidó una buena semana de goles importantes, el balance de esos 45 minutos iniciales dejaba un saldo aliviador y prometedor al mismo tiempo. El primer tiempo terminó con el estadio recuperando la ilusión.
Después, ya nada habría de cambiar, aunque el partido se mantuvo en un rango de calidad estimable. El calor agobiante, los goles perdidos de un lado y de otro, con dos goles de diferencia no movían el amperímetro de la verdadera emoción. Hubo tiempo entonces para preguntar por las elecciones en Brasil. Dilma estaba en la delantera y un viento fresco cruzó la cancha de Boca y el resto de América. La coincidencia era tal que en ese momento los tres puntos que Boca ponía en su cuenta irregular eran los que separaban a Dilma de su rival. El porcentaje de partido y de votos escrutados era también el mismo y ya nada podía cambiar la historia de un domingo en el que los pueblos de Brasil y de Boca pudieron sonreír en el reencuentro con la felicidad. La única diferencia era que lo de Boca dura una semana y lo de Dilma cuatro años.
Abochornados por el calor, traspirados y casi mareados por la presión muy alta, había igual motivos para agradecer a la vida. Por el fútbol. Por los pueblos. Por tres puntos.