Un cierto alivio se movió entre los hinchas argentinos en el Monumental. Los albicelestes le ganaron de inmediato la pulseada del quién es quién a Brasil.
Después de la lluvia y de la suspensión, de las horas excitantes y de la espera, llegó la hora del mejor partido posible en el mundo; por jerarquía, por historia, por clásico, y así lo jugaron desde el primer minuto.
La Argentina mostró de inmediato la mentalidad de equipo que sale a buscar su destino y que no espera le caiga del cielo. En los primeros cinco minutos, ya hubo dos llegadas peligrosísimas que comandaron Banega y Di María, dispuestos ambos a ser los pistones del cuadro del Tata. Un cierto alivio se movió en los comentarios de la cálida noche del Monumental porque en el toque y en la precisión, los albicelestes ganaron de inmediato la pulseada del quién es quién a Brasil. Lo convenció de una cierta inferioridad y en ese contexto empujó al Scratch, como se hace en las horas pico del subte. Claro que eso le quitó algo de claridad para la definición y la ansiedad del Pipa generaba posiciones adelantadas que daban tiempo a los jugadores de Dunga para rearmarse. Pero era la Argentina la que llevaba la voz cantante e imponía las condiciones del juego.
A los 33 minutos, Banega y Di María, los mejores, dieron su mejor aporte del primer tiempo: alimentaron el afán de Higuaín y el Pipa, abierto en el área, a la carrera envió un centro impecable que Lavezzi, en gran anticipo, tradujo en el merecido gol de la Argentina.
Después, empezó a jugar Brasil, a tener la pelota un poco más, a conseguir algún córner que motivó angustia en un cabezazo alto de David Luis. Cuando se fueron al vestuario, había satisfacción en el país. La respuesta futbolística había sido de jerarquía y estaba abierto el camino para un triunfo y para una actuación reconciliadora del equipo del Tata Martino, gran vencedor táctico a esa altura del partido.
Los primeros minutos justificaron todos los elogios que recibió Argentina en el primer tiempo. Salió desde el arranque a buscar el segundo gol y casi lo consigue, en una jugada en la que Banega dos veces –una contra un defensor y la otra estrellando la pelota en la base del palo derecho- estuvo a punto de encaminar a la Argentina a una de las mejores actuaciones de los últimos años.
El partido fue equilibrado, de a poco, por Brasil, que comenzó a pasar mucha gente con gran velocidad delante de la pelota en cada contra. Brasil tuvo chances de encontrar mejor campo, aunque Neymar no estuvo en un gran nivel, con cambios que le dieron resultados -sobre todo el de Douglas- y empezó a ser cada vez más peligroso. Allí, empezaron a notarse algunas deficiencias en las pelotas cruzadas que cayeron sobre el área de la Argentina. En una de ellas, lanzada oportunamente por Dani Alves –en estupenda jugada-, al segundo palo, que encontró a Douglas inexplicablemente solo; su cabezazo se estrelló en el travesaño y en el rebote Lucas Lima empató el partido. No era justo, pero era previsible. Con una diferencia tan escasa, frente a un buen equipo como indudablemente es Brasil, que la Argentina haya perdido el segundo gol por el infortunio de Banega, dejaba el empate a tiro de la capacidad innegable del equipo brasileño.
De allí en más, hubo tramos en los cuales la Argentina perdió la pelota. Pareció que corría riesgos hasta de caer ante Brasil. Pero al final del partido, sorprendió la Argentina buscando más, pero impotente para generar una situación absolutamente clara. Ninguno de los que entraron (Lamela, Dybala o Gaitán) pudo ser verdaderamente relevante, en un partido que estuvo en manos de Marcos Rojo, de Otamendi, de Funes Mori, de Mascherano, de Di María, de jugadores que hicieron que Argentina se mostrara merecedora de una victoria que finalmente no alcanzó. Se posterga la ilusión y la ansiedad por la victoria. Pero es debido decir que la Argentina va encontrando su fútbol y su capacidad y que eso se verá prontamente reflejado en la tabla de las Eliminatorias.
Víctor Hugo