Por fin, el equipo del Tata Martino pudo festejar con ganas en estas Eliminatorias. Su juego convenció, aún sin contar con prestaciones individuales excepcionales.
Ya está. El resultado, el juego, la tabla, el humor, todo es diferente.
En el aire húmedo y cálido de Barranquilla, después de un pequeño Macondo, Gerardo Martino, en su laberinto, encontró la paz duradera de varios meses. Hasta marzo y hasta Lio Messi se despidió un equipo que debió ganar por más goles, pero que no liga ni cuando le va bien, porque debía ser mucho más cómoda la victoria ante la Selección de Colombia de José Néstor Pekerman. Imposición valorable, merecida, clara, sin la rúbrica de goles que se perdieron en el final que pudieron ofrecer un brillo algo más resplandeciente a esos tres puntos indiscutibles que se llevó del cafetal.
Ya está. Basta de preguntarle a Luis Segura sin tener seguro que será el presidente. A Marcelo Tinelli. A cualquiera que camina por los pasillos de la AFA. «¿Sigue Martino?»
Si Martino continúa porque es buen técnico, porque es buen tipo, porque es un hombre digno de la Selección Nacional. El cronista se alegró más por el técnico que por el propio equipo. Ya son tantas las injusticias que se deben tolerar que observar la locura mediática, la persecución obstinada de una parte de la obstinada farándula futbolera, provocan esa adhesión que se transformó en alivio al cabo de un partido bien jugado de principio a fin y que solamente tuvo retrocesos para tomar impulso.
Ya está. Si en ese campo pesado, respirando más agua que aire, el cuadro argentino termina tan cerca de meter goles en los cinco minutos del final, es porque goza de buena salud. Colombia sólo tuvo la chance de aprovechar algún error como en el final cuando los muchachos del fondo y en especial Chiquito Romero, parecían obsesionados con que se produjera un empate absurdo.
Ya está. Esta vez se pudo zafar de la suerte grela que pasa facturas no se sabe bien por qué. El final del árbitro invitó al abrazo de los jugadores, al «por fin» dicho con los puños apretados por el Tata, al alivio de los livings de los argentinos, donde todos estuvieron de acuerdo en subrayar méritos individuales y colectivos del equipo.
Un equipo inteligente
Sobre todo, porque el conjunto convenció. Sin prestaciones individuales excepcionales, salvo la de un Lucas Biglia fenomenal y autor del gol del triunfo; y la de un Nicolás Otamendi que asombra. El resto, todo el cuadro, hizo una prestación de servicios de continuada eficacia y una belleza geométrica algo lenta en los trazos, que surgió en varios pasajes del partido.
No se podía, no se debía jugar más rápido. El control de las energías era parte del bagaje de inteligencia que el equipo tiene. El desenfreno nunca es aconsejable, pero menos en situaciones como las que planteó Barranquilla. Hubo equilibrio sin renunciar a la audacia de los lances profundos que los muchachos de Gerardo Martino se ofrecieron en varias ocasiones.
Debió ser por lo menos 2 a 0 y si eran dos, eran tres. Pero la Argentina metió la mano en el banco de la fortuna y solamente sacó para los gastos, sin dispendio, sin jarana. Proclive a la concentración, a ganar antes que todo, pero sabiendo que para lograrlo, no podía ni debía renunciar a ser lo que el equipo es.
Ya está. Se puede ganar sin Messi, pero con Lionel será todavía mejor.
La selección albiceleste, con la autoridad que le confiere ser siempre uno de los mejores equipos del mundo, hundió a Colombia en la discusión cargada de ingratitudes que las derrotas provocan. En torno a Pekerman y la calidad de los ídolos tostados de la tierra del café, los periodistas locales iniciaron la marcha confusa de la queja y el desencanto. Lo que estaba destinado a Martino, floto como el anuncio de un Dios griego que promete tormentas para José y los muchachos que se quedaron lejos de la ilusión de volver a ser aquellos que cautivaron en el Mundial.
La culpa no fue de ellos. Al menos, no fue sólo por ellos. Lo que ocurrió en Barranquilla, es nada más que la lógica que con toda naturalidad recuperó el fútbol continental.