Tiempo Argentino 6/02/2012
Palermo se va y, con él, también se muere un estilo. Nunca se sabe en el fútbol o en la vida si aseveraciones como esa se cumplen luego. Pero así como con la partida de un actor romántico parece que toda una época desaparece, con Martín, el hombre de área se encamina hacia el ocaso.
El paso lento del adiós será más emocionante que la propia fiesta preparada para el hombre de los retornos imposibles. Ahora sí, se sabe hace rato, no hay un milagro posible. No hay vuelta de Europa, de lesiones, de rachas adversas, a la Selección nacional. Es el chau no va más del tango.
La mano en alto en la atmósfera agradecida de la Bombonera, es la despedida definitiva de los regresos gloriosos al arco de los triunfos. Al de River aquella noche del gol en cámara lenta, como si girase sostenido por bastones mientras los zagueros millonarios lo miraban alelados, conocedores de la saga palermitana de los imposibles. Al gol ante Grecia, con el destino jugando para él, injusto ese destino con Messi y la prodigiosa jugada que había realizado.La pelota en el palo buscándolo a Martín y Martín que le pega como viene y aquella locura del propio goleador, de Diego y del resto de los jugadores, con los relatores enloquecidos porque si lo convertía Palermo era más gol, más dramático, más historia. Fue el minuto más feliz, el instante perfecto en los tiempos de Diego.
El hombre de área hizo las valijas hace unos meses y guardó la cuota de fortuna y la intuición, la presencia intimidante, rondando como un gato, el rebote fortuito, el cabezazo. Todos esos atributos al mismo tiempo, y sobre todo, la referencia de pivot que significó para sus compañeros, no vendrán más en el mismo combo.
Palermo se construyó a sí mismo como será muy difícil que otros lo consigan. El primer derrotado fue el hincha de Boca que hasta se rió de sus limitaciones en los primeros tiempos, cuando la torpeza sin goles parecía encaminarlo a la frustración de tantos que se devoró la pesada camiseta xeneize.Palermo ayudaba con algunas excentricidades que lo convirtieron en un loco lindo, pero loco, para el público y el periodismo. Al cabo de estos años pocas historias fueron modeladas como la que terminó escribiendo de sí mismo Martín Palermo.
Su biografía, amasada en vuelos combados y oblicuos, sus saltos elevándose con el simple aleteo de sus brazos, con el gol convertido en un pie de página que, como en aquel cuento del traductor de Walsh, se va apoderando de la narración hasta desalojar la trama presunta.
Mas hábil de lo que se le reconoce, inteligente como pocos jugadores que vio este relator para hacer valer sus condiciones y disimular lo que el largo de sus piernas y su altura podían jugarle en contra, Palermo dio razón a los técnicos que nunca desconfiaron y revirtió en no pocas ocasiones el creciente pesimismo de una tribuna que supo discutirlo en cada decaimiento.
Optimista como se debe ser en el área, deja la impresión de irse a buenas con la vida y con el fútbol. No habrá más Palerrrrrmo en las gargantas de los relatores. Y, cree el cronista, que no existirán “otros” palermos. Un hombre adosado al cuerpo de los zagueros en las medialunas de recelos y de forcejeos, como un guapo se recuesta a la pared de la esquina para recordar quién es el patrón de la cuadra.