Hacía años que no veía Clarín por dentro. Y el pasajero a mi lado, el del 22B, lo había abierto con ambas manos como si colgara del techo del avión.
Parecía un conejo al que le habían hecho un tajo desde las verijas hasta la garganta. El espectáculo de las vísceras chorreando hubiera sido mejor. El hombre leía las dos páginas dedicadas a la cobertura por la decisión de la Corte Suprema sobre la Ley de Medios, y la información era sesgada y falsa.
Llegué muy cansado al avión y me dormí antes del carreteo.
Desperté cuando se había alcanzado la altura definitiva. Y el hombre, cruzado de piernas en la fila de emergencia, tenía el diario. Un lector de Clarín. Traté de entender
si lo tenía tan abierto a propósito y me respondí que el tipo ni siquiera sabía que me había despertado. ¿O si?
La situación empeoró porque en toda la fila de emergencia de ventanilla a ventanilla comprobé tres lectores más.
Otro Clarín y dos Nación, del que temprano en la radio había leído su artículo sobre que todo el asunto refiere «a la libertad».
Puse el libro Wiki Media Leaks en mi asiento 22A y me fui al baño. El espectáculo fue una pesadilla. Era una plantación de diarios en manos de los pasajeros.
Una señora leía Caras u Hola, una de esas, pero el resto, si tenía un diario, era de «los dominantes».
No encontré a nadie de la tripulación en el trayecto. Deseaba preguntar si ellos habían repartido diarios.
De lo contrario, toda esa gente los había comprado, algo más esperable en bussiness que en la clase turista.
Después me olvidé y bajé sin saberlo, pero si, seguro que hubo reparto como sucede algunas veces; aunque Iberia está tan pobre…, se nota hasta en la comida, que sorprende.
Al volver, 22B, leía otros artículos con el diario más cerrado y sólo pude ver de ojito una mentira más en la página más alejada. No recuerdo qué, pero era mentira.
Mientras abría Wiki Media Leaks decidí volver a las páginas de Becerra y Lecunza ya leídas sobre los cables de la embajada de los EE.UU. a su Departamento de Estado, comentando los encuentros con los periodistas y capos de esos diarios.
Volví a alegrarme de algo: menos mal que las quejas y los planteos desestabilizadores no los pueden llevar también a los cuarteles.
Víctor Hugo