Volví de México en Lan. Me tocó el asiento 12 H de la clase turista, porque conseguí el famoso lugar de la puerta de emergencia o el de la primera fila, que tienen más espacio para mi largo de piernas. Del otro lado, adelante, está la clase bussines, la cual es separada de la «económica», al partir y al llegar, con un cortinazo que tiene el sonido igual a aquel «sshik» de Guillermo Nimo ¿Se acuerdan?.
Aunque estoy quedando un poco sordo, el tajante movimiento de la azafata, me hizo ruido como nunca antes. El efecto es igual a que a uno le cierren la puerta en la cara. Dos mundos quedan perfectamente delimitados. Esporádicamente, por invitación de la tripulación o el personal de tierra, o porque me gano con el millaje un boleto gratis, viajo en la clase preferencial. Entonces el sonido es mas incomodo aún.
Prefiero esa rabia mansa que me produjo la azafata -juraría que me miró para que me quedase claro de qué lado estoy- a la culpa que me perturba cuando estoy en el sector más bacán.
No sé por qué lo hacen. ¿Pensarán que se le da más valor a lo que pagaron los otros? No quieren que veamos lo que ellos comen? Son tonterías mías, presumo. En ocasiones ni lo he notado. Pero esta vez me llegó hasta el olor de la cortina.
Nota I: al llegar, alguien de la tripulación se para junto a la cortina cerrada y no se mueve de allí hasta que el último pasajero de la clase alta deja la cabina libre. Cien ansiosos «económicos» suelen esperar que alguien con cinco bolsos acomode su salida y recién entonces, se abre el dique.
Nota II: no me quejo. Peor fue la vergüenza que me generó en un viaje realizado inmediatamente después de lo del día que vino Alfonsin. ¡Como nos pueden las guachadas! Esa vez me tocó la primera clase. Cuando bajé en Buenos Aires venía del sector importante y la larga fila de la clase turista esperaba. Pero no era ese el tema. Pensé que no faltara alguien que, viéndome venir del otro lado, comentase «claro, con los diez millones ahora te das ciertos gustos».
Víctor Hugo