San Lorenzo sacó chapa y doblegó a un Huracán en el que, no obstante, no debe haber ni sensación de fracaso ni reproches.
Como se eligen las mejores pilchas para el casamiento de la hija, con los preparativos propios de una fiesta propia, querida, necesaria.
Así se vistieron los de San Lorenzo para la ocasión. Era más gente que la de otras tardes, pero además iban a un acontecimiento que les parecía único, soñado y grato. Las camisetas relucían como si hubieran sido compradas para esta fiesta en especial. Y abarrotaron las tribunas. Abigarradas, bullangueras, excitadas. Volvía jugarse el clásico de barrio más grande del mundo y la expectativa era la de las mejores tardes de la historia.
Y de principio a fin el partido dio respuesta. Mejor para San Lorenzo que ganó, pero sin fracasos ni reproches para Huracán, que tiene menos pero que cumplió con uno de sus mejores trabajos de los últimos tiempos.
Al principio, no. Daba lastima Huracán, abrumado por una persistencia casi abusiva del Ciclón, reduciendo la cancha al espacio en el que el equipo de Parque de los Patricios solamente se defendía. Pero después, poco a poco, el Globo dirigido por Néstor Apuzzo, pudo recuperarse y rearmar la guardia. El entrenador iba y venía dando indicaciones a la vera del terreno y logró que su equipo se parara mejor gracias a Federico Vismara, en el centro de la cancha, y Patricio Toranzo, sin ubicación fija. No tanta risa, pareció decirle a su rival. Y ahí nomás, sin decir agua va, el Pato se mandó un impecable tiro de afuera del área, entrando frontalmente y sin escasa resistencia rival a la vista y decretó lo inesperado. Huracán estaba en ventaja.
De ahí en más, el partido fue excitante, de ida y vuelta, y los de Patricios hasta generaron un penal que el árbitro Laverni prefirió ignorar. Y en el andar de un lado a otro, con chances para los dos, fue Mauro Matos el que ambientó una jugada preciosa, como si fuera un pivote del básquet, que en la medialuna coló una pelota preciosa para Leandro Romagnoli, y el Pipi, ese ídolo que parece el último de los mohicanos, definió con clase en el cara con el arquero Marcos Díaz.
Cada 15 minutos pasaba algo especial en el partido. Y a los 45 minutos, en el último tiro de esquina del día porque después sería de noche, Carusso encontró boyando en el área chica una pelota que se desconcertó en un córner.
En la vida hay que ligar, dicen. Y un gol en ese momento, de alguna manera es tener suerte. Volvieron más paraditos, menos fluidos, pero siempre bien, queriendo. Juan Ignacio Mercier era un patrón en el medio, Romagnoli una promesa adelante…
Hablando de promesas, este relator casi se cae de espaldas cuando le dijeron que el zurdito Alejandro Romero Gamarra, de Huracán, tiene apenas 18 años. Justamente Vismara, con el pibe y Wanchope Abila, llevaban a que el Globo siguiera dando buena pelea. Y entonces Romagnoli sacó los documentos, dijo quién es, y obligó a un penal con la inteligencia propia de los que saben.
Matos pateó bien el penal, puso el 3 a 1 pero el partido no se terminó. Nunca se terminó para Huracán y para el bien del espectáculo. Tuvo que salvar Torrico, cara a cara con el chileno Edison Puch, y un cabezazo de Toranzo pegó en el palo abajo; y San Lorenzo siempre lucía en la contra.
Hasta el final hubo partido. Ganó el que tiene más, ganó bien y sin reproches. Pero tampoco al Globo, que si se la cree como este domingo tiene con qué para zafar de los puestos menos expectantes del torneo.
Los brazos juntándose desnudos sobre las cabezas y los cantos sobradores fueron la postal musical de la noche del Nuevo Gasómetro. Unos fueron más felices que otros, pero también el fútbol tuvo una buena tarde, y no hay de que quejarse.