Fue la crónica de una coronación anunciada. El equipo liderado por el Vasco Arruabarena fue el mejor en un torneo en el que no defraudaron ninguno de los otros grandes. “Que de la mando de Carlos Tevez todos la vuelta vamos a dar”, gritaban los hinchas. Sí, el Apache llegó para darle el toque de distensión a un cabal vencedor del torneo.
Cuando terminó el primer tiempo, el fútbol del apasionante domingo inaugural de noviembre, ya tenía las respuestas. Banfield, primero con el gol del pibe Simone, y Boca más tarde con el cabezazo espectacular de Fabián Monzón, despejaban el cielo de los xeneizes a la misma hora en la que un sol cálido se abría paso en una tarde dominada por esos colores, los de Boca. Cuando las radios anunciaron el gol del Taladro, los fanáticos xeneizes enviaron a la cancha un mensaje que pareció serenarlo demasiado al equipo del Vasco Arruabarrena. Boca, que había sido siempre superior, veloz para jugar la pelota aunque adoleciendo de profundidad, pasó a desplazarse con un ritmo más lento, más seguro, como si hubiera cambiado ansiedad y ritmo, anticipo y salida rápida, por pelota más al pie, más enganche, una búsqueda más atildada pero menos emocionante. Fue en ese periodo de adormilarse un poco cuando sucedió lo del corner. No fue Tevez esta vez a la punta derecha, porque tenía sed y se quedó en el segundo palo tomándole el agua a Javier García. El arquero miró con extrañeza el hecho y mientras Carlitos regurgitaba la bebida, la pelota viajaba hacia la entrada imponente y precisa de Monzón para saltar y cabecear al gol. El centro del uruguayo Lodeiro, llevado con la mano, no hubiera sido tan útil como lo hizo con el pie. Y Boca se abrazó en el festejo anticipado del campeonato, como lo haría una hora mas tarde, cuando el resultado fuese definitivo, fácil como un trámite, lejos de las angustias de la semana. Cuando sus hinchas sabían que serían campeones, sí lo sabían, pero también lo dudaban, por aquello del campeonato que perdieron con Estudiantes, en los tiempos de Lavolpe. Demás está decir que todo lo que vino después del salto descomunal de Monzón fue una muestra opaca de lo que Boca ha sido este año. Los muchachos del Vasco han sido más que eso que se vio ayer. Primero la ansiedad y más tarde una cierta indiferencia, un dejar andar el partido hacia su inexorable final, jugaron un rol peponderante que hizo del partido de ayer un asunto de rutina, casi pobre en medio de tanta alegría como la que inundó el estadio.
A la salida, mientras la gente que tuvo el privilegio de asistir, aplaudía la vuelta y el podio, el cronista encontró un contingente increíble de fanáticos que no pudieron ingresar, pero allí estaban detrás de las vallas cantando su pasión hacia los pocos que salían de la Bombonera. Avanzando por la ciudad, en la Avenida Patricios, por Brasil, por Entre Ríos, esquivando el Obelisco, se veía avanzar cientos de hinchas embanderados. La ciudad se fue trabando poco a poco. Los desprevenidos iban quedando atrapados en un cepo que sólo era simpático a los hinchas de Boca. La alegría es buena, y contrastaba el brillo de las banderas y el jolgorio de los bocinazos con una cierta oscuridad, acaso algún apagón.
“Que de la mano de Carlos Tevez, todos la vuelta vamos a dar.”
Eso cantaban en las esquinas, rumbo al kilómetro cero de los grandes festejos, mientras en el estadio, los muchachos de Boca daban un salto a la gloria con Tevez y Nico Lodeiro como las figuras más significativas del partido y del campeonato. Aun con altibajos, fueron ellos los hombres más destacados, aunque en este partido fue un mariscal el morocho oriental, Rolín, completando una dupla estupenda con Tobio y conformando un triángulo implacable con Cubas. Impecables marcadores de punta completaron una formación que sólo merece el reproche de conformarse con menos de lo que pudo darse.
Un buen equipo parte hacia la Copa Libertadores y la candidatura para lograr lo que San Lorenzo y River dieron al fútbol argentino en estos dos años, tiene en el equipo del Vasco una muy probable continuidad.
El primer torneo largo después de décadas fue ganado en buena ley por Boca, sin que defraudaran otros grandes. Todos ellos quedaron arriba, salvo River que, metido en otros asuntos, regaló posiciones en el último tercio de la competencia. Ha sido un buen año y todavía faltan partidos de extraordinaria emoción. El fútbol argentino, tan exportador, se quedó con un producto bruto interno importante. En ese marco, el cuadro de Arruabarrena fue el mejor sin que hagan mella las pocas veces en que inclinó la testa. La fiesta formidable de anoche, es merecida, indiscutible y lógica.