El veto de Macri a una ley que le garantizaba a los artistas mayores de 65 un alivio económico, por los servicios prestados, coincidió con los días en los que aún se hablaba del caso Spinetta y la proclama del editorialista Sirvén en La Nación respecto al vale todo: si sos famoso viejo, eso es guita, regalos, viajes, la gran vida. Pactaste con el diablo, que es el periodismo, y a tu vida podemos hacerla pomada cuando, como hace el diablo en sus pactos, a él se le antoje.
Debería hacerse una diferencia en el tipo de famas. No es igual la de Spinetta que la de alguien que va y dice «pago lo que sea por ser famoso porque ese es mi objetivo». El origen y el sustento de tales famas están expuestas al criterio que defiende el Pablo perseguidor y obsesivo con los «famosos».
Hay otras famas como las de María Elena Walsh, evocada estos días al cabo de un año de su muerte, construidas desde lugares más delicados. Amasadas en mucho sufrimiento, privaciones y ninguneos. Llegan al amor de su pueblo por caminos difíciles e improbables.
Son la consecuencia de una ética y un talento que en sí mismo ya es una carga. Preciosa, envidiada, pero proveedora de muchos sinsabores.
Macri, con su veto, nos dice que si la envidia nos carcome ante los famosos y nos cuesta asumir un papel más modesto, más de escritorio, más hecho al destino de hablar de las famas de otros, ante la ausencia forzada de la propia, tenemos alivios como los que el jefe de Gobierno ofrece. Que se mueran de hambre, que paguen esa fama que desennoblece a tantos.
Víctor Hugo