Estimado Víctor Hugo, ante tu nota del 26 he reflexionado y quiero pedirte disculpas.
Creo que estás muy equivocado en las elecciones que fuiste adoptando en los últimos años; pero sé, en el fondo de mi corazón, que jamás te hubieses vendido. Lo sé por mi misma. Puedo ser muy jefasa, muy prepotente a pesar mío (a veces te traiciona el personaje que una crea), pero sé que nadie, ni el Papa, podría convencerme de algo si pienso lo contrario. Y que no hay nadie en el mundo que le pueda poner precio a mi conciencia. Puedo ser peleadora en el aire, pero soy honesta. E hice con vos, eso que nunca podría tolerar que suceda conmigo. Me dije en estos días, que el tipo (por vos) es un ingenuo, un fanático, un tarado (perdoná), pero también me dije que debo haber enloquecido para herirte públicamente de esa forma.
Me duelen las adhesiones que he recibido; las de Magnetto, las de todos, en estas semanas después de lo de Alfonsín. Hasta el buenazo de Nelson se jugó por mí, «a muerte», dijo el pobre. Es decir que arrastré con mi opinión otras que no hubieras esperado jamás.
Yo, crítica acérrima de los escraches, te escraché a vos con la peor de las acusaciones.
Sé que por ahí te has cruzado con alguna mujer que le dijo al marido, para que vos escucharas «fulana (por mi) tiene razón». Conozco el mail infame (creeme que pienso que es infame) de los 10 millones de dólares, y la campaña de los diarios más fuertes que, aunque yo los quiera y los avale, con vos, como me paso a mí, se equivocan y feo en atacarte por el lado de la honestidad.
Justo vos que sos tan vulnerable por tu desmesura cuando te lanzás a hablar en ancas de una pasión que no te das cuenta pero te hace daño.
Públicamente quiero pedirte disculpas. Debí haberlo hecho antes. Tuve la oportunidad muchas veces, pero no me salió. No es mi fuerte, lo admito, eso de reconocer errores.
Y lo que sucedió no fue un error sino un horror, lo admito.
Y que la inocencia te valga, querido.