En el minuto final contra River, encontró Boca no sólo la llave para empatar aquel partido. La jugada que el cronista rescató hace siete días como la razón futbolística, y no emocional, que explicaba la inesperada igualdad del Superclásico, prolongó sus efectos una semana más, rumbo a otro de los partidos ecuménicos del fútbol argentino.
Leandro Paredes, hamacándose en el centro de la cancha, ordenando a su equipo cuando todo suele ser confusión, proveyó a Falcioni de una semana más tranquila y un éxito a futuro. Paredes se ganó la titularidad en ese minuto final ante River.
Este sábado era impensable que el técnico de Boca no apelase a ese artístico salvador, de riquelmiana estirpe, para el nuevo lance que debía afrontar. Ahora, después de San Lorenzo, y aunque no haya disputado todo el partido, Paredes lleva 91 minutos gravitando en la vida xeneize. Porque en el holgado magnífico que logró ante el equipo de Boedo, lleva, también, el sello de un jugador diferente. Ya puede decirse de Paredes que, si Dios deja hacer, el fútbol argentino encuentra un nuevo crack. Uno de esos jugadores predestinados para una vida fácil si, pese a los contratiempos de la profesión, vivir de lo que se ama es una vida mejor. Dan ganas de decir que si no triunfa es de haragán porque tenerlo, lo tiene casi todo. Sus dos goles, el andar jerárquico por la cancha, la pisada, el toque, la personalidad, se compadecen sin dudas con el protagonista de aquel minuto fundacional para este Boca que, en vez de quedarse sin técnico, a la deriva y peleados todos con todos, ha vuelto a vivir.
El firmante de la nota quiere hacer justicia con otros jugadores que no estuvieron en la tapa de El Gráfico, pero lo estarán. Guillermo Fernández, y Alan Ruiz, cada uno de ellos partícipes necesarios del buen juego que se apreció en la Bombonera. El fútbol argentino, hace un ratito que no se da una chance para mencionar la famosa cantera, o la cuestión genética, o lo que sea que explica su vigencia en el primer plano mundial, ya sea por la respetabilidad de su seleccionado o por la catarata de goles argentinos que los Marcelo Marmol de Moura (los “Lujambios” de esta época), anuncian cada domingo de las ligas internacionales.
Paredes y Guillermo Fernández merecen un capítulo especial, si de esperanzas se habla. Ruiz, con Aguiar, Mirabaje y Jara, si les tienen un poquito de paciencia lo sacarán a San Lorenzo del pozo. Les falta rebeldía, pero tienen condiciones para hacer con los Santos lo que los Xeneizes ya hicieron posible. No hay futurismo en la frase: San Lorenzo se puede ir, como cualquiera, pero no está muerto.
EL ESPEJO. Así como Boca le dio continuidad a aquel minuto, River también siguió metido en esa burbuja negativa que le ganó al equipo millonario. Contra All Boys se reiteró la mediocridad de su juego. Nuevamente resaltaron las figuras de Ponzio y de Sánchez, con una compañía acertada de Funes Mori, demasiado lejos del gol, pero esos tres nombres no fueron suficientes para darle a River volumen de juego y peso ofensivo sostenido.
Hubo solamente cinco minutos en el arranque del segundo tiempo en el que River hilvanó jugadas, tuvo precisión, estéticamente levantó vuelo y pudo ponerse en ventaja. Pero luego se fue diluyendo con rapidez, gracias al trabajo estupendo de un ex millonario como Oscar Ahumada, notable batallador con Fernando Sánchez y con Grana en la mitad. Ellos contuvieron esos alardes de River en el comienzo del segundo tiempo.
Antes y después de ese tramo siempre hubo un poquito más de River, pero sin que su juego sirva para ilusionar, no sólo a lo largo de cada uno de los partidos que disputa, sino con relación al propio campeonato. River va a morir en esta, hasta el final del torneo. Todo lo que puede hacer es acumular puntos, salir de situaciones comprometidas para por lo menos no correr riesgos en el próximo campeonato. Pero el plantel que tiene y la calidad del mismo no auguran posibilidades de levantar cabeza y tener un juego parecido al que los hinchas, por lo menos los de mediana edad, vieron alguna vez.
All Boys, en un papel de partener, asumiéndose como un equipo con poco menos que River, pese a su condición de local. De cualquier manera entendible, desde el lugar en el que se sienten ambos, conociendo sus limitaciones, hicieron en un partido en el cual ambos, lo único que no querían era caer derrotados. El hincha de River ya se habituó a decir en el final de cada encuentro “otra vez sopa, otra vez un juego que es el de cualquier equipo, que no tiene que ver con la historia de River”. Una manera de expresarse que se parece a aquella del Nacional B, siempre tropezando, siempre sin poder darle lucidez a su juego y con poco aporte cerca del área contraria.
El placer de ver el fútbol en un estadio de barrio, con las tribunas tan cerca de la cancha, con un primer plano de cada uno de los hechos que se dan en el partido, no fue acompañado por lo que el trámite del partido dio. Muy mediocre, muy debajo de lo que uno sueña, toda vez que empieza un partido. Pero encima, para River, una peor noticia todavía que la del empate fue la expulsión de Ponzio.
Víctor Hugo