La del estado brasileño con la pobreza, a pesar de estar viviendo la nube del Mundial. La de Magnetto, que en su búsqueda desenfrenada de sangre, miente, como en el caso del titular de la AFIP.
Estar en Brasil el primer día del año significó caminar dentro de la nube tóxica que para algunos es el mundial. Parece un cuento al revés lo de los aficionados y la organización del torneo. No puede haber, en principio, una idea mejor que la que se pone en marcha el 13 de junio y por un mes. Brasil es fútbol y en eso pensó la Fifa cuando decidió que serían los brasileños los anfitriones de la Copa del 2014.
El único inconveniente es que el resultado se sabe de antemano puede pensar la mayoría. Si los verdeamarelho son los favoritos siempre, qué otra cosa puede pensarse cuando lo hacen en su casa. Pero, por afuera de estas disquisiciones, lo cierto es que la Copa es un dolor de cabeza. Brasil, mejorado socialmente en muchos aspectos, tiene como el resto de América Latina, deudas que difícilmente puedan pagarse en esta generación. Cientos de años de liberalismo económico han dejado un explosivo cóctel de injusticia, hambre, analfabetismo y resentimiento. Y se necesitan más Lulas y Dilmas, y una profundización cada vez más tajante del modelo progresista de estos diez años, para superar una etapa de verdadera transición entre la locura liberal y los sueños más justos del hombre.
Es en esa batalla de todos los días que el Mundial no calza bien. El patrón FIFA que somete a las autoridades a cumplir con requisitos fundamentales en la organización, provoca nostalgia anticipada de que semejante excelencia no pueda pensarse, con la misma plata, para hospitales, escuelas y otras necesidades.
Los estadios han costado mucho más de lo previsto, y algunos serán como esqueletos de dinosaurios en el medio de la nada cuando se termine el campeonato. Los desplazados han sido cientos de miles para que no molesten en los alrededores de los estadios. Nada más de Maracaná se quito un pueblo, al que se arrojó a vivir a sesenta kilómetros de Río.
La Fifa ha logrado hasta vender cerveza de cara a la prohibición existente en los estadios del país. El patrón FIFA lo pide, el patrón lo tiene, dicen los contras. Ahora surgen problemas jurídicos de difícil solución. Unos cuantos poseedores de butacas hereditarias han ganado un juicio por el cual, hay que darles un lugar, su propia silla en los amistosos y el Mundial. Pero esa silla ya no está. Y la indemnización no alcanza. ¿Podrá el patrón FIFA con la justicia brasileña? ¿Las instancias por venir en los tribunales mantendrán el mismo espíritu de la decisión de estos días? Y no son diez las plazas en cuestión, sino que llegan a cinco mil. Jamás hubiera creído este cronista que un Mundial de Brasil no fuera solamente una fiesta, descomunal, sambada, amada por los brasileños.
BUITRES. Sin embargo, sorpresas nos da la vida.
La noche de Copacabana era un círculo que iba de las arenas hacia unas pequeñas islas y los transatlánticos ubicados en fila para que los pasajeros de todo el mundo presenciaran los clásicos fuegos artificiales y el pasaje del 31 de diciembre al 1º de enero. Dos millones de personas bajan hacia las playas de Río, vestidas de blanco, con velas y vírgenes desconocidas para iniciados en el rito, cuando empieza a caer la tarde y el sol oblicuo, casi tangencial del atardecer se estrella contra las paredes de los morros. Esas montañas que en el decir de Oliverio Girondo, acampan en los alrededores de la ciudad. Los que leen estas línea pudieron verlo anoche en Bajada de Línez. Aunque el programa debió incorporar diez minutos que un Magnetto desatado hizo posible con la endemoniada persecución que descarga sobre todo lo que no le pertenezca. El poder de compra de datos del símbolo de Clarín –una forma de antiperiodismo que abochorna al pais– es inmenso.
Esta vez, alguien pasó los detalles del viaje de Ricardo Echegaray a Río de Janeiro. Y hasta allí llegó el brazo armado de Magnetto. No importaba qué podía conseguir su gente. La cuestión es enloquecer al enemigo. Como sugiere un consejero político, si es necesario arrastralo al suicidio. Pero Bajada, anoche, mostró a Echegaray en el lugar de la cena, una especie de “Pippo” de Copacabana. El funcionario no cenó en el Sofitel. No pagó 10 mil pesos el ticket, como hicieron circular. Este cronista lo sabe porque cenó a tres mesas de Echegaray, en el restaurant Imperator. Que el valor de esa noche que aseguraba sillas en un lugar por que pasan cientos de miles de personas por hora, no supera los 130 dolares mas servicios por persona, que pagados con tarjeta significan unos 800 pesos. Y esa es la cifra que debió abonar por un sitio al que no se podía acceder sin reservas hechas en los días previos. Un lugar modesto, de muy buena comida, cordialísima atención, y con el gerente hincha de Boca pidiendo cada vez que nos vio, una camiseta de Riquelme cuando “vocé venga o mundial”.
Estigmatizar a una persona de la forma que Clarin-Magnetto lo hace, es proyectar sobre la misma una violencia que nunca se sabe cómo termina.
Víctor Hugo