Tiempo Argentino – Lunes 5/12/2011
El Guadalquivir y el Riachuelo, dos ríos, dos emociones, dos campeones. Merecidos, indiscutibles, irreprochables. A orillas del rio sevillano el cronista vivió tres días con un ritmo incesante de esperanzas y frustraciones, tal como es el tenis, punto a punto y a cada instante algo nuevo, algo que empieza. La alegría es como el sol cuando la nube pasa, y de inmediato la sombra de otra lo oscurece todo. Así jugaron Juan Martín Del Potro y Rafael Nadal, campeones hasta donde la palabra alcance. Sol y sombra en el trámite de un partido grandioso, con alterativas tan variadas como las que en la cancha dibujaban con sus tiros los dos colosos.
El estadio futbolero, el de la Cartuja, pareciéndose a la cancha de Boca donde pocas horas más tarde, como España en la Copa Davis, los Xeneizes habrían de subrayar la superioridad que ejercieron en este campeonato y que los convirtió en favoritos como son los ibéricos cuando se habla de tenis.
DOS CONTINENTES. En Sevilla, unos 3000 argentinos y algo más de 24 mil españoles sin sosiego, jugando el partido con la misma locura de los hinchas de La Ribera. Y en la cancha, demandantes del apoyo de sus seguidores, a veces extenuados, en ocasiones reviviendo, los dos muchachos que ponían en sus espaldas el anhelo de dos países. Disfraces, banderas y cantos, con los españoles anonadados ante el meta y ponga argentino, incesante, loco, un tanto piquetero del espectáculo, obligando a algunas detenciones entre los puntos. Es la Davis, es la vida loca del tenis. La ensaladera de plata se disputa con los jugadores y la gente, ya es sabido, y al cabo, nadie se enoja.
¿Pudo ganar del Potro?, se preguntará el lector. Este enviado piensa que no. Que si llegaban al quinto juego, Juan Martín daba ventajas físicas que ya habían explicado el segundo y tercer set. Hubo un repunte fabuloso que le permitió colocarse 5-3, pero el tandilense estaba ofreciendo su corazón y Nadal tenía más paño.
DOS CAMPEONES. Con esa firmeza defensiva de Boca que ha sido marca registrada, sin dar por perdida una sola pelota, Nadal puso a España en una vuelta olímpica que hasta los argentinos aplaudieron. No reconocer a extraordinario jugador español significaba restarle meritos a Del Potro.
Con el equilibrio que Boca tendría más tarde (es lo que dice la crónica llegada desde Buenos aires) como un símbolo de lo que ocurrió en todo el campeonato, el número uno del mundo en este tipo de canchas, pudo hacer el promedio que para Juan era casi imposible. Períodos con una pegada que humillaba al adversario y otros cambiando el aire, queriendo ganar con pocos tiros y como consecuencia, perdiendo precisión. Para muchos argentinos, igual había múltiples motivos para el festejo.
En Sevila, mientras cenaban en sus callejuelas, gente de indumentaria blanca y celeste levantaba copas por el equipo de Julio César Falcioni, mientras era evidente que muchos se hacían los desentendidos. Esos, los que miraban para otro lado, dejando la vista perdida en la Giralda que está al final del callejón, en los balcones enrejados de los mejores orfebres, en los candelabros antiguos, en los azulejos de las ventanas, habían completado un mal día.
La belleza de la ciudad andaluza era un consuelo para ellos. Los de Boca parecían olvidados de la Davis y los españoles miraban a su paso sin entender los festejos. ¿No es que perdieron estos chavales?, se preguntaban. Era verdad. Pero una buena noticia había viajado 10 mil kilómetros en twitters y mensajes telefónicos, para hacer más liviana, más llevadera, la noche otoñal.