La Selección y San Lorenzo, dos candidatos de fierro para darle alegrías al fútbol argentino. El equipo de Sabella tiene en sus manos un fixture accesible. Y el Ciclón acaba de contratar a un técnico, como Bauza, con gran experiencia.
Si podrán o no Argentina y San Lorenzo cumplir con los objetivos excluyentes que se plantean para el año que comienza, son dos de las preguntas más empecinadas. Para los albicelestes, las chances de jugar la final son de primerísimo orden. La facilidad de la llegada a octavos implica que serán tres, acaso dos, los partidos exigentes a ganar para enfrentar a Brasil en el Maracaná, el ultimo día del Mundial. Porque hasta el partido inicial de la rueda brava puede ser muy accesible. El fixture fue con suerte pero también trajo una exigencia extra. Tan fáciles parecen los partidos del grupo que si la Argentina se vuelve antes sucederá sin haberle ganado a nadie. Si perdiese nada más la final habría comentarios de cierta intolerancia. Nadie dirá: “¿Pero che, llegamos a la final y tampoco sirve, está tan mal perder con el dueño de casa si es Brasil?”
Así que es muy fácil imaginar la sensación frustrante que provocará un retorno anticipado, lo poco que valdrán las primeras actuaciones y la fuerte convocatoria de la palabra fracaso. Esta, sólo evitable, llegando al último día.
Los antecedentes intolerantes son unos cuántos. Las buenas actuaciones de Francia, perdiendo en cuartos en el último minuto con Holanda, de Alemania cayendo por penales también en la misma instancia, fueron valoradas con la decepción más honda y cayeron en el olvido. No sirvió ni la certeza de que ambas eliminaciones hasta parecieron injustas, en partidos que perfectamente se podían haber ganado. Así que no es fácil estar en la cabeza de Sabella y sus muchachos. Final o nada, es un planteo cruel, pero casi inevitable.
Y POR BOEDO, CÓMO ANDAMOS. San Lorenzo, por su lado, parte con una pretensión que lo carcome desde hace décadas. Habiendo sido el primero que pudo ganar la Copa Libertadores, la regaló en los ’60 y nunca más levantó cabeza. No se sabrá nunca si la dejó de lado como una novia buena y todo lo que vino fue un dolor de cabeza merecido, como el que luego sólo tiene amantes que le dan contra. Pero esa es la acusación de la historia. Y el castigo.
Lo malo de estas autoexigencias es que se pierde naturalidad, la convivencia lógica que se debe tener con el triunfo y la derrota cuando se hace todo lo posible. San Lorenzo no tiene ese margen. Y aunque sea injusto para el plantel actual, la consigna es una sola. Cuanto más aun cuanto pueda avanzar, marcará el nivel del desencanto. Estar demasiado cerca será peor que sacársela de encima en la primera de cambio. ¿Es accesible para San Lorenzo esa aspiración? La respuesta es enfáticamente positiva. El equipo entra en etapa de crecimiento. El triunfo complicado hasta el final, pero notablemente aliviador, de diciembre, es nada más que una plataforma. San Lorenzo, al salvar esa materia, es un alumno aliviado para el comienzo de clases. Ahora, sin ataduras, puede iniciar el camino de ser algo más que un equipo aceptable. El techo está muy por encima de lo que se vio este año y si llega a desarrollar toda su potencialidad, por supuesto que se puede dar el gusto. La elección de Bauza es de las mejores que había en el mazo.
Más difícil que ganar la Copa Libertadores con San Lorenzo, era alcanzarla con un equipo ecuatoriano como aconteció en el 2008 con la Liga Deportiva. Sabe llevar, Bauza, las riendas de esas exigencias casi sobrenaturales, si así puede catalogarse llegar a una meta que parece imposible de antemano porque los antecedentes no contienen un solo aval. Saber jugar es tan valioso como jugar bien. Los Santos pueden hacer esto último. Y Bauza la sabe jugar, acompañando la tensión como el que camina al lado de la mecha determinando en qué momento puede dejarla sola.
Víctor Hugo