Las últimas noticias de corrupción en el fútbol ponen el acento en el uruguayo Figueredo. Pero nada dicen de lo que han robado desde los medios de comunicación. Siempre lo fue. Pero hace 40 años, no había derechos de televisión. El fenómeno que transformó a Julio Grondona de un dirigente excepcional en un facilitador de los negocios.
El fútbol es un nido de corrupción que apesta y las víctimas son los clubes, los jugadores y los aficionados. Pero los clubes también son culpables, y los aficionados son los que están en los clubes y si son solamente hinchas, también tienen responsabilidad. Al menos si piensan quejarse o condolerse por los millones que fueron a parar a las manos de los dirigentes y los medios corruptos. Las noticias que pasan por los medios ponen el acento en lo que Eugenio Figueredo, dirigente montevideano, recibía por vender el fútbol a mal precio, salteándose lo elemental que la ética de un dirigente indica para el caso.
Pero como si fuera un teclado inglés, sin acentos, poco se dice de los que han robado al fútbol desde los medios de comunicación. ¿Saben por qué? Porque los que lo han robado están en plena actividad vendiéndole fútbol a la gente y los periodistas trabajan para esos grupos o aspiran a integrar la plantilla y están atrapados en la red de su pertenencia. Poco podrían hacer además si salieran de esas organizaciones. Siempre estarían trabajando para algún cómplice.
Pueden plantearse sinceramente que si no hay patrón bueno, y no lo hay, cuanto podrían hacer es abandonar la profesión, para dedicarse a otra actividad seguramente regida por otras formas de corrupción. Se les concede eso, aunque el cronista está convencido de que algo mejor puede hacerse, empezando por no despotricar éticamente con árbitros, contratistas, jugadores, etcétera, porque las empresas para las que se trabaja no dan carnet para baños éticos. Se trata de bajar un poco el copete a la hora de juzgar a los demás actores del fútbol. Personajes como Figueredo, por citar el más reciente, o Alejandro Burzaco, o Nicolás Leoz, o allá arriba Joseph Blatter y más arriba, los que han muerto y no son ya localizables, se llevan las medallas que la mafia periodística entrega anualmente.
¡Hipócritas! Si Burzaco, por nombrar a uno, es Clarín, es Torneos, es Fox y es Directv! ¿Qué hace TN en Nueva York, siguiendo los pasos del atribulado Burzaco acaso para recordarle su poder, si es que decide hablar más de la cuenta? Aquí estamos, ojo vos con lo que hacés…
Es el mensajero de la mafia de Capone mandando a un pistolero a dar vueltas en el auto por la manzana del amenazado. El cronista desde los tiempos de un libro que se llamó El Intruso, (Montevideo, 1978) viene haciéndose mala sangre con la Confederación Sudamericana de Fútbol. Siempre fue la misma. En ese libro este periodista abogaba contra Teófilo Salinas, que la presidía, siempre con gran apoyo del Atlántico, con su olor a pescado podrido en sus orillas futboleras. Se ilusionaba con Leoz, que tardó muy poco en ser más de lo mismo. La plata le sirvió para hacerse un hospital en el que permanecerá preso el resto de su vida. Eso no es salud. Pero en aquella época, en medio de las luchas intestinas de la Asociación Uruguaya de Fútbol, la discusión era si se votaba a Salinas o a Leóz. Y Leóz, al menos era lo nuevo… Perdón, se ruega, que se va a hacer. Nadie, nunca, nada cambió las cosas en ese fútbol continental. La habilidad radicaba en corromper de entrada al recién llegado o que, espantado, se fuera.
Pero hace 40 años, no había derechos de televisión. El fenómeno que transformó a Julio Humberto Grondona de un dirigente excepcional en un facilitador de los negocios, para hablar en términos respetuosos, y potenció aquella modesta corruptela de los setenta.
La AFA mandó su gente, Brasil la suya y Uruguay hizo el resto. Siempre mandaron ellos. Los del Pacífico estaban condenados de antemano porque como no ganaban, no tenían chapa. Y además en aquella época los había mal entretenidos, con poca propensión al trabajo y mucha dedicación a la noche fácil de los dineros fáciles y las copas desbordadas. Gente más fría se iba quedando con todo o delegaba en su gente de confianza.
Ahora se sabe lo que siempre se supo. La diferencia que se le debe al 2015, la única, es que, ahora, se dice.