El dolor de Víctor Hugo
En la edición impresa de este lunes de El Gráfico, Victor Hugo Morales se refirió a la disputada final entre la Selección nacional y la de Alemania.
La Argentina pudo ser perfectamente el equipo campeón del mundo, pero los errores en la definición abrieron las puertas a un gol agónico de los alemanes en el minuto 113 para quedarse ellos con la Copa que la muchachada de Sabella merecía de la misma manera que los teutones. Río de Janeiro fue testigo del ascenso histórico de los alemanes a la cuarta consagración mundial y Brasil teme ser igualado en su récord tan desacreditado por la actuación de su equipo en este mundial.
El favoritismo alemán, en el que este cronista no creía, no existió. El partido fue parejo en juego, actitud, autoridad y oportunidades. Pero las mejores chances habían sido de los albicelestes, por lo menos en dos ocasiones en las cuales Higuaín y Palacio tuvieron el gol tan a disposición que cuesta creer en la pobreza de sus remates.
Los fantásticos argentinos no estuvieron en el ataque porque la actuación de los jugadores de la defensa y el mediocampo superó ampliamente el inocuo rendimiento de los delanteros. Lo deslumbrante no fue el cotizadísimo aspecto ofensivo del equipo. El partido se disputó entre seis o siete jugadores argentinos y la oncena alemana. Parejos los europeos, no tuvieron una figura descollante, pero no hubo fracasos ostensibles.
El trabajo para recuperar la pelota, para aportar al equipo a como de lugar, eso por lo menos, los exime de la crítica. En cambio los muchachos argentinos estuvieron muy flojos para la primera contención. Y el primer filtro fue siempre el mediocampo. El trabajo de Biglia y Mascherano, las actuaciones estupendas de Rojo, Zabaleta y Garay, la contención de Demichelis, armaron un buen partido. Siempre parejo, con dos equipos que se alternaron casi por igual en la tenencia de la pelota.
Fue una pena. Si los alemanes hubieran justificado la superioridad que le atribuían los mediosde su país y del resto de Europa, nada podría decirse. Pero comprobar que era un partido tan ganable hace dolorosa la derrota, más de lo que duelen normalmente. No son por cierto tan fieros como los pintaron a los vencedores de Brasil.
Aquella humillante goleada de las semifinales se relaciona con Brasil, poco tiene que ver con los alemanes. El equipo de Low fue el promedio de ese partido con el que debió ir a un alargue ante Argelia y del que ganó sin hacer nada del otro mundo en los cuartos de final con los franceses. Jugando con tres o cuatro jugadores menos que no aportaron en ningún rubro, la Argentina pudo disimular esas ausencias gracias al despliegue de los jugadores mencionados como los portavoces de una ilusión que sacudió al país y que estuvo cerca de la respuesta soñada.
Sabella ha sido un gran triunfador del Mundial. Un hombre inolvidable, digno conductor por su sabiduría y actitud de un plantel al que le faltó en el último asalto la figura mas gravitante que pudo tener la escuadra rioplatense. Que no haya jugado Di María es una frustración que ahora se parece a una puñalada en el corazón, sobre todo viendo las lágrimas de ese muchacho que estuvo días haciéndose masajear y llorando al mismo tiempo como si supiera que, sin él, la merma podía ser decisiva.
Más importante para la Argentina que Neymar para Brasil, Di María vivió la peor experiencia de su vida deportiva. Este cronista ha escrito mucho de Di María, pero no es suficiente para dimensionar la pena que provoca, por él y por el propio equipo, no haberlo tenido en un partido en el que, como ningún otro de los buenos, podía dar la talla, tener esa estatura futbolística que, cuando hace falta, vale tanto más.
Argentina pudo ser campeón del mundo. Eso lo tienen todos claro, hasta los alemanes. Y eso es lo que más duele.