Se viene el torneo largo tras un año en que la calidad del juego se elevó claramente en el fútbol argentino. El peligro es que cuando los torneos se hacen extensos las diferencias reales pueden expresarse con más severidad.
El 2014 fue un año extraordinario para el fútbol argentino. Algo disimulado en las páginas de los medios hegemónicos, a las que sólo se invita a la catástrofe. Enumerar los logros ya es ocioso, pero insistir en la calidad del campeonato que terminó la primera semana de diciembre es una cualidad en la que se debe insistir. Para preservarla, si fuera posible.
La calidad de los dos torneos, especialmente el último, afianza la importancia de los logros internacionales como un triunfo del fútbol argentino en su conjunto. El comienzo de la nota parece lanzarse a la exégesis, pero en realidad pretenderá moderar los entusiasmos, de cara a lo que ofrece el programa de esta temporada.
El torneo de 30 equipos no le resulta futbolísticamente prometedor a este cronista. Plausible por su espíritu federal en lo que con justicia insisten los más inclinados a una visión positiva, la suma de participantes resta, cuando se piensa en la calidad. Del uno al 30, las diferencias se agrandan.
Las calidades del mercado interno no alcanzan para imaginar una contienda rica. Decenas de partidos pasarán inadvertidos. La demanda de los aficionados será desbordada por choques intrascendentes de equipos que no pueden hacer pie en lo que llamamos fútbol de primera.
Cuando Ronaldo no puede hacer una jugada recordable en el campeonato del mundo, es porque enfrentar al mejor marcador de otro país, no es igual al que en jerarquía es 15 o el 20 en el torneo español. Cuando se extiendan las filas como un pelotón de marcha aburrida por la carretera, la carrera puede ser escasamente entretenida. El hecho de un incentivo muy distinto en lo económico, separa brutalmente las expectativas. La plata gravita en el deporte profesional. Y a las diferencias ya acuñadas, se imponen otras aun más odiosas.
El cronista imagina, con desgano porque desea equivocarse, un andar rudimentario y desmotivado de los equipos que vayan quedando para atrás. Y los habrá, entre los mejores, los sometidos a la contingencia de que si ganan ganan poco y si pierden, es una mancha grave.
La competencia del 2014 ganó en la medida en la que varios equipos candidatos al título se vieron las caras en instancias culminantes. Cuantas oportunidades ofrecerá el nuevo campeonato que además del numerito de equipos adolece de otros inconvenientes. Pero sería lindo que salga bien. Porque el convite federal provoca adhesión. Hay una causa subterránea en un campeonato con estas características. En tiempos en que provincias que parecían ir siempre para atrás, ahora estremecen con su crecimiento, el fútbol puede ser un vehículo para hacer notar esa superación.
Un aspecto positivo será que los más convocantes se asentarán en el predomio manifestado el año anterior.
Y aunque no sea justo por el destaque de ellos, el fútbol entusiasma de otra manera. La historia es largamente demostrativa de que la opacidad de los grandes del fútbol, eclipsa sus chances. Cuando los torneos se hacen extensos las diferencias reales pueden expresarse con más severidad. Hay más justicia a la larga. Lo injusto es que el predominio se basa no solamente en la historia sino en las condicionantes bien disímiles de los participantes. La corta vida que le adjudican los más críticos y el disgusto de algunos clubes prominentes son otros factores que no alimentan un acuerdo positivo. Venía tan bien la mano, fue tan interesante lo que se vivió en el 2014, que sería una verdadera pena tener razón.