La feroz acometida de Magdalena contra mi dignidad personal el día de la visita de Alfonsín sigue siendo un tema difícil de eludir en las reuniones con amigos. En reportajes públicos lo evito porque me acucia un cierto temor de extralimitarme en mis ideas sobre el episodio. Escribiendo para el mi sitio de internet me siento más en control de mis palabras.
Suelen preguntarme si es posible que Alfonsín hubiese sido cómplice. La respuesta es que me parece que no fue así. Si bien puede parecer poco inocente la forma en que introdujeron el tema, la perplejidad posterior de Alfonsin es creíble.
Que ella lo hubiera planeado es más factible. En la película de la semana hay más de un intento que pasó inadvertido y que quizá no asumí porque es imposible estar en guardia para un agravio de esa índole. La sensación, ahora, es que la desesperación que evidenció se relaciona con que se le terminaba la semana sin cumplir con algo que se había prometido hacer.
La infamia fue deliberada. Una promesa, un desafío a sí misma que no pudo controlar.
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Otra pregunta es por qué me quedé tan manso. Y no lo sé. Por suerte fue así, pero desconozco por qué me invadió esa serenidad. Tengo en mi memoria el rostro, la expresión, el odio de esa mujer y estimo que eso jugó a mi favor. Cuanto más enojada y fuera de sus casillas se la vio, mejor me sentía yo. Son bien extrañas las conductas humanas.
¿La radio pensó en el rédito de una situación como esa? Estoy absolutamente convencido de que no especuló con eso.
La emisora, en todo caso, intentó hacer valer los méritos de una programaciónque hoy día no tiene igual en cuanto a la aceptación de las diferencias. Le salió mal. Tampoco la radio se merecía ser noticia por tan pobre desenlace de una iniciativa plausible.
Víctor Hugo