La tentación siempre es pegarle al más fuerte, en este caso al Xeneize. Pero también hay que reconocer los méritos de All Boys. Mientras otros Boys, los de Newell’s, empataban con Arsenal en su casa.
Lo primero que se le ocurre al relator es decir: ¡qué desastre Boca! Pero de inmediato advierte que, como siempre, la forma de ver el fútbol a través del grande tuerce el sentido de la justicia. Porque tan cierto como que el equipo de Bianchi tuvo una tarde fatal, es que All Boys se comportó brillantemente. Sobre todo en el segundo tiempo, cuando el aire de la Bombonera se había puesto pesado y se cruzaban reproches con los cantos alentadores, flotando sobre la olla oscura de la noche incipiente un clima denso, ajeno a las expectativas con las que la gente había llegado a su estadio. Fue en ese interín que los de Floresta, de blanco inmaculado, parecían el Real Madrid de sus buenos tiempos y se perdían goles de cerca, de lejos, de cabeza, con el pie. Excesos de un banquete inesperado pareció lo que se estaba ofreciendo All Boys en la cancha de Boca.
Empachado de dulces, de enganches, de filtraciones individuales, intentó definir con algo decorativo y así se le fue la tarde, perdonando la vida de un rival que, con solamente un gol, después podía voltearle el arco. Eso pensaba el cronista, habitué de películas que en los últimos minutos tenían al ejército que llegaba cuando todo parecía perdido y la peli terminaba lo más bien, con el piberío zapateando en el cine.
Pero la impotencia de Boca ayer era la nota saliente del partido. Hasta se dudó de la templanza de los muchachos y algunas voces, no tan pocas, requirieron un esfuerzo mayor de los jugadores. Y a cada minuto en que crecía la figura del chileno Gonzalo Espinoza, de Roberto Battión, de Maximiliano Núñez, la parcialidad xeneize mas extrañaba a Juan Román Riquelme, que se fue temprano como el que se va distraído y se lleva la llave de la alacena.
No hubo un solo alimento de fútbol disponible el resto de la tarde. Un pase, no hubo. Una aventura personal no se intentó. Solo algunos golpes que Pitana toleró como si le pareciese demasiado dejar a Boca con diez, tan expuesto como estaba a la goleada. Solamente ese cuartito de hora de Riquelme respondió, más o menos, tampoco la gran historia, a las ilusiones con las que la gente llegó al estadio. Sueño desmesurado pareció cuando Boca mostró finalmente sus cartas.
Un campeón así, baja la nota del torneo. Boca fue una esperanza que le ofrecieron de afuera porque fueron escasos los partidos en los que su fútbol mereció un reconocimiento amplio. Tuvo oficio a veces, la peleó en otras, ligó en ciertas ocasiones, pero no levantó vuelo. Aún asi, carreteando nada más, a tres fechas del final pareció que se los comía a todos. Y mientras el vientito pobre de la tarde de verano traía conflictos entre Bianchi y la dirigencia, allá abajo, All Boys se hacía el festín. Le ganaba a Boca, lo paseaba como el que lleva un artículo de lujo para rematarlo, y le perdonaba la vida, privándose de algunos goles que pudieron ser el doble de la cosecha.
Perdido todo, Boca se fue entre cantos indiferentes hacia sus jugadores, pero sin resignar su corazón de titán de los estadios. Por eso, si alguien pasaba por Del Valle Iberlucea podía pensar que había una celebración de campeonato allí dentro. No era fácil saber que se trataba del simulacro de una alegría que se fue bien temprano de la mano de Riquelme. El dolor del 10 desgarró los sueños boquenses como si alguien apuñalara un telón para mostrar la verdad escondida hasta entonces.
Y la tarde se fue con el único festejo de San Lorenzo. Al mismo tiempo, en Rosario, Newell’s volvía a mancarse y desaprovechaba la posibilidad de subirse de nuevo a la punta. Parecía una jodita para Tinelli, la que Arsenal, Gimnasia y All Boys le hicieron a sus rivales. El equipo de Pizzi, que sería un campeón aceptable, tomó la punta y a dos vueltas del final zigzaguea delante de adversarios que empezaron a sospechar que Dios está de su lado. Que tiene banca en el cielo. Pero además tiene una cuota de fútbol que le permite golpearse el pecho y gritar que no todo le viene de arriba.