Chiquito grande, grande Mascherano, grande Sabella, grande Enzo Pérez, inmensa la Argentina que debió esperar a los penales el festejo que se merecía antes, sin ir demasiado lejos cuando Palacio primero y Maxi Rodríguez después tuvieron esas ocasiones que pusieron al país por el aire ante el gol inminente, para sentarse un segundo después con las caras entre las manos con ganas de llorar las perdidas oportunidades.
Víctor Hugo Morales
Extraordinario ese muchacho maravilloso, hijo del silencio, ese arquero de coraje y convicción pero desconocido para el gran público argentino. Esos puños que alejaron el escaso peligro que acercó Holanda, esa decisión, ese grito interior a la hora de los penales. Un monumento para Mascherano por tantas razones que es imposible enumerarlas, pero tomemos la foto de sus salvadas en el área, menos la primera, cuando Robben parecía ya dueño de todo. La autoridad, la concentración, el coraje, la inteligencia, pueden sumarse y cuando eso ocurre el resultado es Mascherano, lider espiritual y futbolístico de una selección querible desde el vamos, pero que en los últimos diez días se metió en el bolsillo al país.
Al gran Sabella salud, en el día de la patria. Fue el hombre austero, adusto, serio y visionario para armar el equipo y la estrategia, para lograr una formación casi ideal si no fuera por la ausencia de Di María. Biglia esta allí, como socio del exclusivo club de Mascherano por decisión de Alejandro Sabella. Enzo Pérez entra por Di María por Sabella, criticado desde la infinita ignorancia que suele ofrecer el periodismo deportivo. Sabella vio lo que los demás no vieron, porque vio partidos y los estigmatizados videos que permiten saber más que los que sólo ven algún programa deportivo.
Abrazo de gol y gratitud para Enzo Pérez, que pudo jugar de Di María en algunos slaloms tan necesarios para descomprimir, para ubicar al equipo en actitud ofensiva partiendo desde el propio campo con los driblings largos y eficaces que, a la salida de un problema defensivo, transforman la situación en una esperanza de gol, llevando la pelota hasta el área de Holanda y entregando la jugada ya elaborada. Maravilla de sociedad futbolera aquella que se construye desde un esfuerzo parejo, merced a un grupo que resistió agresiones y ahora atiende a la hora de los elogios.
Buen momento ese de escuchar en la definición por penales a los relatores brasileños y su infinita desazón por la victoria albiceleste. El de poder ver que una vez ganan los Buenos, los que pusieron a Sabella con repugnante malicia en una foto que se refería a un hombre de la política y a Grondona por una investigación del Fútbol para Todos y allí estaba Sabella, que nada tiene que ver con el tema, hostigado por esa malicia que ennegrece el corazón del periodismo de este tiempo. Todos bien, hasta los que no pudieron redondear la buena nota de la materia, casos de Palacio, Higuaín y Agüero. En suspenso quedó Messi que, quién sabe, guardó lo mejor de su bagaje para la final del domingo.
Bajo la lluvia, para que fuera más dramático; contra dos tribunas, para que diera más gusto; pensando en los livings de su casa en la Argentina, en que ahora mismo quisieran estar en el Obelisco festejado con todos, miles de argentinos vivieron la alegría de aportar aliento, de jugar también ellos un partido inolvidable, por el que algunos hicieron sacrifios desmedidos y absurdos, y ahora, despreciando la empapadura de sus ropas con lágrimas y gotas de lluvia resbalando por los rostros, se abrazaban en el Arena Corinthians como un símbolo de un país posible, más unido contra los de afuera, más firme ante los que piensan tenerlo todo, con el alma embellecida por la lucha y la victoria.