A París, la primavera le está llegando tarde. El sol se asoma como la promesa de una mirada, pero después decae y la temperatura carga los cuerpos de sobretodos y sombreros. Alguna lluvia breve como la del verano golpea los toldos de los cafés atestados como siempre, esperando que mayo sea lo que debe ser.
Pero Roland Garros no puede esperar. La última semana de este mes y la primera de junio, siempre. Como cuando Vilas sacudía las tardes de Muñoz y la voz de Moro, en solitario, hacía de puente con París.
El fútbol le cedía un espacio cada vez más amplio a las hazañas de Guillermo y la gente en Buenos Aires, en Tandil, en Córdoba, se compró una raqueta. Tiempos de saques que daban lástima, de jugadores argentinos que en las canchas duras esperaban el servicio rival pegados a la lona.
Desde entonces, por más que ahora los muchachos tienen un saque como la gente, y son capaces de ganar en cualquier superficie, el torneo de París es la más apreciada de las citas del tenis. Debió ganar alguna vez Batata, y Gabriela se merecía devolver el amor de París alzando el trofeo. Esas fueron frustraciones. En cambio, hubo una final entre Gaudio y Coria que compensó la capacidad de asombro de los argentinos.
Sin Del Potro y sin David, aun considerando a Pico Mónaco que viene de lucirse a lo grande en Alemania, los pronósticos no entusiasman como otrora; Roland Garros parece ser un asunto de la primera semana para los argentinos. Lo que venga después del último martes parecería ser un regalo.
Sin embargo, aquella tradición, el romance eterno y misterioso de Buenos Aires y París, siempre deja la puerta entreabierta para que alguna grata sorpresa se cuele como el último sol del sábado, opaco y oblicuo, como algunos reveses admirables de Federer.
París, que tuvo ayer una derrota espantosa con la multitudinaria manifestación contra el matrimonio igualitario, que aún comenta la merecida muerte por suicidio que se dio un rabioso derechista en Notre Dame, la semana pasada; París, con más gente que nunca durmiendo en los zaguanes, delante de las vidrieras, contra las columnas de los bancos, echa a rodar una de sus mayores atracciones.
La primavera podrá demorarse. Pero Roland Garros llegó puntual este domingo y a las 11 de la mañana levantó el telón. El color ladrillo de las canchas le ganó al impertinente gris del cielo.