Un sol ya debilitado caía sobre la tribuna de la Avenida Cruz. Parecía la luz de un teatro que ponía, en el centro de la escena, la alegría de los hinchas de San Lorenzo al cabo de una de sus mejores tardes de los últimos años. La pelota iba de Kalinski a Mercier, de Buffarini a Piatti, de Alvarado a Prósperi, de Cetto a Gentiletti, como si fuera un equipo que hace sombra ante un rival imaginario. River ya ni buscaba la pelota. Vencido y perplejo, era un boxeador que escucha la cuenta, mirando hacia su rival, sin reconocerlo. Sobón, el equipo de Pizzi desaprovechó la ocasión de una goleada. Y River recogió un resultado menos hiriente que lo que ameritaba su pobre actuación. De principio a fin ganaron los azulgranas.
Antes del minuto, los defensores de River, jugando de cuerpo gentil, se dejaron avasallar por Straqualursi y un zurdazo letal anticipó la tarde, como si fuera el copete de un comentario. Desde entonces, los Millonarios fueron superados de tal forma que Ramón Díaz decidió cambiar tres jugadores para el segundo tiempo, dejando la sensación de que si hubiera podido cambiaba a diez. Barovero se salvaba por una contención increíble ante una chilena de Cetto. El defensor había sido el autor del segundo gol entrando al área como si fuera un visitante inesperado, un intruso que se había metido en la cancha. Definió de cabeza un centro de Ruiz, en el mejor rato del prometedor “ruizseñor” de San Lorenzo, un chico que si tiene cabeza se queda con el mundo.
Kaslinski, Mercier y Buffarini, con buenos toques de Ruiz apabullaron a sus colegas del mediocampo y la reacción que todos esperaban de River no llegó a producirse. Salvo un minuto. En el arranque del segundo tiempo hubo unos intentos repetidos que arrimaron alguna brasita a la ilusión de su gente. La luz de un fósforo fue. Cuando se apagó, fue para siempre. Esta vez no se salvó ni Ponzio, mire cómo sería la cosa… Ninguno de los hombres de campo de River (quizás el comentario sea algo injusto con González Pírez) jugó un buen partido.
Ramón que no pudo dirigir porque salió tarde a la cancha, sabe que la derrota no es una anécdota. Y quizás se incrimine porque alguna responsabilidad debe haber en pensar con línea de tres, en un escenario muy ancho, ante un equipo que usa muy bien a jugadores que andan paralelamente a la raya. Pero si ese detalle pudo haber jugado en contra, peor fue lo que dieron sus jugadores, superados en cada mano a mano. Para Pizzi, una esperancita. La seguidilla de empates ahora vale más.
La confianza, una amistad efímera en el fútbol de este tiempo, le abrigará toda la semana. Pero hay que anotar que no todos los domingos Kalinski puede ser ese monstruo que parecía digno del Barcelona, y que los rendimientos individuales condicionan la calidad del colectivo. El cronista salió a los pocos minutos de terminado el partido. Bajó esa escalera caracol interminable que va de las cabinas a la salida de periodistas, sin cruzarse con un solo hincha de San Lorenzo. El público seguía en las tribunas. Era lindo ver al pálido sol que doraba la cabecera. No era un triunfo glorioso el que había logrado, pero lo parecía. Y un anticipo de que este año San Lorenzo, como Tinelli, cambia de canal. La etapa en la que el Diablo se había apoderado de sus vidas, parece superada. San Lorenzo y Tinelli, se ponen del lado sano de la vida.
Aunque la tabla de posiciones o el rating, alguna vez, parezcan indicar lo contrario. Por la ventanilla del auto, en la vacía Perito Moreno, entraba la locura del estadio. Estaban todos, bailando por un sueño.
Víctor Hugo