Las novedades de Ramón Díaz en River y de Carlos Bianchi en Boca, le dieron al verano de Mar del Plata, el estímulo que el fútbol tendrá durante la temporada a partir de los técnicos de equipos más reconocidos por las hinchadas más numerosas del país. Y aunque al Virrey no le guste –este cronista comparte el concepto que hace unas horas expresó el responsable técnico de Boca– la sobrecarga de muchos clásicos en pocas semanas, el del sábado 19 ya empezó a jugarse.
La ciudad balnearia en su ardiente primera quincena, no dejó margen para otras charlas. La gente, prevenida de lo difícil que está la cuestión política, ni siquiera el día del retorno de la Fragata se ocupó de esos asuntos. El que iba al puerto, iba. Y el que no, se quedaba. Ramón y Bianchi, han sido la coartada preferida para escabullirse de los temas más polémicos y divisorios.
Pero antes, prisioneros de sus viejas deudas, River e Independiente, pusieron proa a un año muy difícil. Los de ahora deben pagar las facturas aquellas aceptadas en los años de la estafa al fútbol. Aún deben por su pasado y eso se nota. La gloria de un retorno desde el mar con fanfarrias y banderas, es por ahora un anhelo de tribunas que no ven ni el carajo del barco del retorno. Pero están en eso. Peleándola. Así, Millonarios y Diablos reservaron titulares con menos nombre que las Reservas de otras épocas, pero es lo que hay, es lo que tienen, y de eso dependen. Dentro de ese panorama, a Ramón las cosas le salieron bastante mejor que al enviado de Américo Rubén Gallego, Enrique Borrelli. Los dos goles, frutos de esas sociedades que alimentaron la potencia de FMGol (Rogelio Funes Mori), se parecieron a la mejor música del verano. Hubo en el primero, un cabezazo de parietal derecho, un trabajo muy preciso de Diego y Tomás Martínez, este último un chico de 17 años muy prometedor, que metió el último centro para la entrada perfecta de FM. En el segundo, lo mismo, pero por la derecha. Con Affranchino y el Keko Villalba, como protagonistas de una acción fulgurante, detallista y eficaz. Otro centro y un nuevo grito de Funes Mori, para levantar el volumen de la tribuna. Los zurdos y los diestros hicieron lo suyo, la cancha estuvo bien repartida y el equilibrio fue una constante. En la tribuna, desde el palco de los periodistas, los presuntos titulares de River se preguntarían si ellos podían hacerlo mejor que esos pibes, Ariel Rojas, Tomás y Diego
Martínez, sobre todo, que influyeron para que los millonarios se fueran cantando por la Avenida Independencia avizorando un regreso, una entrada a puerto envueltos en el color dorado de un crepúsculo que anuncie que valió la pena.
No importa si River el sábado próximo, no será el mismo en cuanto a los nombres. Se vio una idea, un pedido evidente de jugar de cierta manera. Las facilidades, los permisos que da el verano, son elementos conocidos que no deben confundir. Pero animársele a la campana y anunciar alegrías, como River este sábado, ayuda a creer en halagos más intensos.
Con el Boca de anoche, no se puede decir lo mismo, aunque claro que tampoco Racing fue tan endeble como su vecino de Avellaneda. A la Acedemia la vida le sonríe y al Rojo lo prende fuego. Y a Boca le queda muchísimo trabajo. Esa labor de artesano, ese cincel del orfebre que siempre supo manejar Carlos Bianchi, a quien le toca la hora de dar un nueva cabal demostración de su pulso preciso. Tiene tiempo. Tiene mucho trabajo. Tiene enorme experiencia. Tiene que apelar a su meticulosidad más paciente.
Víctor Hugo