River tenía el número de la alegría, pero decidió llamar a la angustia. Cuando Ramírez se perdió el gol del empate en el último suspiro de la noche, los hinchas millonarios miraban el partido con las manos en la cabeza, se miraban buscando una explicación, no conseguían entender cómo se había llegado a una situación desesperante, después de jugar bien el primer tiempo, cuando quedó dos goles arriba. Coqueto River con el sufrimiento, se fue apagando y, en la cancha, como en una publicidad de las pilas, el único que siguió funcionando fue Ponzio.
Apáticos y confiados, los millonarios permitieron que los sabaleros tuvieran aproximaciones a las que sólo les faltaba la contundencia. Pero el equipo de Ramón no salía del letargo, de una siesta profunda en la que parecía mimetizarse su propia parcialidad. Apáticos, los hinchas, sin mensajes de fútbol, miraban como en un teatro y sólo faltaba que apagaran los celulares para escuchar mejor el golpe seco de los jugadores a la pelota.
Nada se transmitía hacia o desde la tribuna hasta que, a los 29 minutos, Colón descontó con un tiro de su goleador Gigliotti, que tomó un rebote de Barovero con el arco libre. Pero antes toda la defensa fue superada hasta que Curuchet, entrando por la izquierda, obligó a ese despeje defectuoso del arquero de River. Entonces despertó la tribuna, pero el equipo siguio dormido. Con un zurdo buenísimo llamado Mugni, Colón empezó a enviar mensajes cada vez más elocuentes, hasta esa jugada de Ramírez, cuando el juez ya tenía el pito en la boca. Diga que Ramírez recibió entrando por la izquierda y se quiso acomodar para darle de derecha, ofreciendo la pelota,y perdiéndose la oportunidad del tiro final. De haber cubierto con el cuerpo para rematar de zurda, River hubiera caído en un desencanto peor que cuando perdió ante San Lorenzo.
Porque este domingo el equipo de Núñez estaba a buenas con el fútbol y el resultado, cuando terminó el primer tiempo, y mucho más su caída que el reflote de Colón, auspiciaron los padecimiento de la parte final. El comentario empezó por el final, porque es lo que quedó flotando en la atmósfera desencantada del estadio. Pero no es justo dejar tan olvidado el primer tiempo. Hubo un prólogo de fútbol bien jugado por Vangioni, sostenido en la columna fenomenal de Ponzio. Ledesma distribuía bien, Mora prometía por la derecha. Sin abrumar, River era mejor y vinieron, además, dos ofertas que no podían desairearse de los defensores santafesinos. Así que Trezeguet de rebote y Ponzio con un derechazo cruzado infernal, dejaron sentadas las bases para que el Monumental fuese una fiesta. Pero no. Empezó a suceder lo que no terminó mal de pura casualidad, o por la derechez de Ramírez. El hincha no se engañó. Festejó con el ademán del revoleo de pañuelos, pero el gesto, eran reproches, facturas por el sufrimiento del final.
Así, River, aun ganando y quedando como líder provisorio, ofreció más margen para las dudas que para las certezas. Quizás, cuando Ramón vuelva a la raya, las cosas cambien. Nada racional lo dice. Apenas esas cosas de las cábalas que a veces juegan más de lo debido.
Víctor Hugo