Pese a la embestida final de San Lorenzo, fue River el que sostuvo el juego
y eso le valió ganar el clásico.
En los últimos siete minutos sucedió lo siguiente: el partido fue entretenidísimo, San Lorenzo mereció un gol y River jugó a la retranca, metido en su área y haciendo demostración plena del famoso pum para arriba.
En el resto del partido,todo fue al revés. River mereció ganar por más goles, San Lorenzo vivió el castigo de ese resultado y el partido fue apretado, sin espacios, sin emociones.
La gente de River se fue con un susto grande y los de San Lorenzo habrán apagado los televisores con la mufa del que sabe cuánto mejor pudo ser todo si se decidía mucho antes a jugar como en el final. Pero el cronista está obligado a mirar un poco más allá, de ser posible. Y lo que hay que decir es elogioso para los Millonarios y malo para los Matadores. Ochenta y tres minutos de control del campo, adoleciendo de profundidad, es cierto, pero teniendo siempre la iniciativa y el sostén del modesto partido, explican la diferencia en los adjetivos para uno y otro.
Pobre, estrujado en la mitad de la cancha, pero por decisión de San Lorenzo, no por River, que intentó de todas las maneras aproximarse al arco de Torrico. Las actuaciones individuales le quitaron vuelo al equipo de Gallardo porque, salvo Solari y sobre todo Driussi, las respuestas fueron de una parquedad abrumadora. Igual, el colectivo blanco y rojo se mostró dispuesto a aprovechar la oportunidad de ir, por lo menos un rasgo, al techo del campeonato. Kranevitter, Sánchez, Rojas, eran bastante más que sus colegas de la mitad de la cancha. Si Cavenaghi y Boyé hubiesen acompañado un poco más a Driussi, quizás River no hubiera tenido que afrontar esos minutos del final, tan desdorosos y en los que pudo pasar cualquier cosa.
ESA ATAJADA DE BAROVERO. La Banda caminó por la cornisa y el cuerpo estuvo volcado hacia el vacío cuando Barovero hizo una de los grandes arqueros. Esa única pelota que va al arco no debe ser gol.Barovero, cara a cara con Cauteruccio, le puso el pecho a los reproches que hubieran caído, inexorables, sobre el Muñeco Gallardo. Su atajada sirvió tanto que aún es prematuro elaborar la importancia de su acción. En el campeonato, alguna vez, cuando River mire hacia atrás, podrá recuperar plenamente el valor de ese instante sublime de Barovero, que perseguirá a Cauteruccio toda la semana, porque lo que había iniciado de una forma genial el Pipi Romagnoli quedó incrustado en la frustración de todo San Lorenzo.
Un párrafo aparte para Romagnoli. Si en cada partido tuviera tres momentos de siete minutos como el de ayer, nadie dudaría en proclamarlo el mejor jugador del país. La influencia que tuvo en el mini partido postrero, del Monumental, lo distinguió del resto como un Picasso en una pared con dibujos infantiles. Por algo los hinchas se rompen las manos en las tribunas o incluso frente a los televisores, cuando el equipo juega fuera de su casa, al ver al Pipi en la cancha. El Ciclón lo necesita, lo requiere, a despecho de los 34 almanaques que el paso del tiempo le adjudica a Romagnoli.
Fue un buen triunfo el de River, afeado por la conducta resuleltamente utilitaria del cierre del partido. El saldo es positivo porque saltó a la cima, se entreveró definitivamente entre los buenos candidatos y puso en la caja de seguridad del banco un ahorro que le permite avizorar un futuro feliz.
El ensayo de los tres centrales en la línea final, la vigencia de Sánchez y la promesa de Sebastián Friussi quedaron como el saldo extra en la contabilidad de números apretados de un balance positivo. El viaje que el plantel de Gallardo realizaba anoche hacia México, para jugarse su suerte en la Libertadores ante Tigres de Monterrey, lo pone de cara a un fuerte desafío en el torneo continental. Pero River sabe que en el torneo argentino, más allá del bajón que la mayoría le adjudicó en estos primeros meses del año, el conjunto de Núñez no tiene menos que nadie.