Los hombres de la sala del ejecutivo llevan sentados allí un par de horas. Entre café y café, al cabo de decir varias veces sí, amén, o levantar la mano, los representantes de Grondona ante los clubes ya están listos para ser informados sobre el Prode bancado, o como se le llame finalmente. Antes, se habían repartido las invitaciones para la celebración de los 20 años de Fútbol de primera. «Veinte años ya, qué increíble», dice uno al pasar. «Yo era pibe y todavía ni soñaba con estar acá.»(¡Y con esa invitación en la mano!, sintiendo que es de la cofradía, piensa.) Se trata de una fiesta en la Rural y hay buenos motivos: uno de los negocios más sencillos y productivos que ha dado el país.
Vale la pena, antes de continuar, un tributo al talento de los hombres que construyeron un imperio que, más tarde, supo sumar como socios a los medios más pesados del país. De un lado, los clubes, las canchas, la historia, los cracks, los hinchas, los sueños. Del otro: una oficina, seis cámaras y el alquiler de algunos periodistas. Desde esa modestia consiguieron palacios, se compraron canales por todo el país, se quedaron con los cables, revistas, páginas de diarios, conciencias, radios que subvencionaron para monitorear a la opinión. Una idea genial de Carlos Avila que Grondona entendió de inmediato. Y todo legal, gracias a la única inversión costosa: un ejército de abogados, de notables abrochadores internacionales. ¿Cómo no habrían de golpearse el pecho en una festichola en la que, con cada invitación, se consigue un cómplice más?
Ahora se está ante la más grande, y la excitación en el tórax de cada uno de los hombres que están detrás del asunto -no los pobres que dirán que sí, que amén, o levantarán la mano, sino de los que están en la pomada- es inmensa. Les salta el corazón. Comienzan a informar los reconocidos como principales espadas de Grondona (se sumaría próximamente López, el de Newell’s, un importante refuerzo). No dan demasiados detalles, si total es lo mismo. Explican que el pretexto es la seguridad. Que había una empresa griega, Intralot, que habría acercado Deluca, pero le había salido al cruce la inglesa Sportingbet, las dos dedicadas a las apuestas, con casinos y todo tipo de timba en decenas de países. Se hace tarde. Los representantes ante los clubes observan la invitación a la Rural y el reloj. Quieren entender para explicar algo en la directiva, pero el asunto es engorroso. El informante acelera. Dice que de pronto apareció la sugerencia de hacerlo con Codere, que tiene bingos en la provincia de Buenos Aires y que ya está en el fútbol ya que es sponsor de Banfield. En la próxima nota, digo reunión, les doy más detalles, dice… (¿No saben en la AFA de los enemigos que aparecerán dentro del propio Gobierno? ¿Con la astucia de qué Chapulín Colorado de los negocios no contaban? ¿Qué detalle no advirtieron cuando decían Buenos Aires, bingo y Banfield? ¿En qué se mancaron? Ya se verá, ya se verá… )
El informante cierra diciendo: «Ahora hay que llevarle esto a Kirchner». Todos recuerdan que Grondona y Avila fueron recibidos por el Presidente dos veces. La primera, para anunciar ante las cámaras que se iba a cumplir la ley que dice que hay que hacer llegar los partidos internacionales de la Argentina a todo el país (?). La siguiente fue por la entrega de libros de cuentos de fútbol en los estadios. El recordatorio de semejante aprecio presidencial por estos prohombres motivó el comienzo de la nota. Un representante de AFA que estaba más lejos fue el que dijo: «Tenés que ir vos, Julio». Ahí estamos, entonces. Don Julio los mira a todos, cara de no sé ustedes qué dicen. Leve suspenso en la sala. Hasta que otro (nunca las primeras espadas, porque nunca son obvios) levanta la mano con la invitación entre los dedos y dice que es la única chance…
—¡Sí, sí, tenés que ir vos, Julio!