Tras la muerte de Don Julio, «el fútbol argentino tiene que hacerse varias preguntas para saber hacia dónde va», aseguró en su columna de El Gráfico. Bosquejos para un futuro en el que los clubes no pueden ser dejados de lado.
Transcurrió el primer domingo sin Grondona y, como una metáfora, el fútbol se detuvo. El duelo dejó la tarde ventosa e indefinible de ayer sin las esperadas voces de los estadios. De ahora en más, el fútbol debería tomar impulso como un niño que aprende a caminar solo.
Los hombres al morir se tornan intocables por un tiempo, ya no pueden defenderse. El balance deja de ser el crítico impiadoso o el elogio infatigable que los personajes centrales de cualquier actividad generan. Y mientras tanto hay que buscar caminos nuevos, gente no comprometida con ese pasado que se inició la última semana. Democrático e independiente de esa historia de 35 años, el fútbol, como quien se quita el polvo de una caída y vuelve a ponerse en marcha, debe hacer un recuento de sus virtudes y defectos, pasar en limpio lo mejor de esa etapa y tachar lo que ya se vio que no servía.
La fecha inicial del campeonato debió aguardar una semana. Pero la misma estará habitada, más que por un Boca-Newell’s –para citar a uno de los partidos de mayor atracción–, por las preguntas sobre la continuidad en la AFA y el técnico a elegirse para la Selección nacional. Lo primero es fundamental; lo segundo, un tanto aleatorio.
Porque Torneos es un negocio por encima de todo. Sin ideales, sin amor al deporte ni al periodismo. Una forma de poder emparentada con lo peor que padece el país, ese periodismo hegemónico que envilece lo que toca. Tribunales independientes, controles a las economías de los clubes, recuperación de lo que en el fútbol continental debe ser la pelea por obtener mejores dividendos para los clubes y no para los mandamases de la televisión. Derechos de FIFA para el fútbol y no para Torneos. Conmebol para los clubes de América y no para Torneos-Traffic. Hay tanto para hacer que un cierto entusiasmo renace, de sólo avizorar un FUTURO en el que el fútbol se piense para sí mismo.
Hay partidos pactados, un técnico a designar, presupuestos a establecer, limpiezas inevitables por hacer. Es en el comienzo, en la base de la pirámide, en estos días azarosos y extraños que nos toca vivir, cuando el fútbol puede sentar las bases de un nuevo tiempo. Si la apuesta fuese que siempre aparecerán Diegos y Lioneles y que la calidad de los jugadores tendrá a la Argentina en el primer plano, si se descansa en el ADN milagroso del fútbol del país, no tardará demasiado tiempo en hacerse evidente. El fútbol argentino puede estar fundido, con los clubes en la lona, padeciendo torneos en vez de disfrutarlos, pero siempre habrá un Messi o un Di María que dejen el tendal y pongan a la camiseta albiceleste en el estadio del último día de un Mundial. Esa certeza no debería mellar la expectativa que se genera en estas horas. Es la única oportunidad.
Grondona deja, con su adiós, un FUTURO que invita a la grandeza y la misma no debería encontrarse por afuera de los clubes.