El domingo en Bajada de Línea expresé la idea de que la autorregulación podría evitar desbordes periodísticos. Que el asunto está en tan pocas manos como para que no sea imposible instrumentarlo.
Periodistas que mucho respeto plantearon una continuidad interesante, haciendo ver que eso podría ser peor que el libre albedrío existente.
Tomé en “Bajada…” el ejemplo de la autorregulación que Fontevecchia podría darse. El sólo está en condiciones de modificar los criterios de varios diarios y revistas que le pertenecen y puede aportar mucho más que otros.
Con cinco o seis editores que fueran capaces de cuestionarse, tendríamos un periodismo mejor. Debí poner el acento en que no pretendo la uniformidad, salvo en algunos asuntos que explicitaré en próximas notas.
Pero para empezar, ¿No tienen un manual de estilo Fontevecchia y los otros? Nada más si eso se cumpliera, daríamos un salto cualitativo.
El manual es una autorregulación. Quiero empezar por mi manual no escrito, pero constantemente sostenido ante los equipos que he formado, y juzgarán ustedes hasta que punto lo hemos defendido.
-Ser libres de cualquier presión, aún de la propia empresa.
-No criticar de otros medios lo que no seríamos capaces de decir de la nuestra.
-No caer en situaciones morbosas, y si un llanto nos sorprende desde un hecho doloroso, salir inmediatamente de la situación.
-No practicar detectivismo en los casos policiales.
-No echar anclas en este tipo de noticias.
-No decir groserías, salvo que sean parte insoslayable del tema (lectura de un cuento, por ejemplo)
-No participar en los móviles de asedios periodísticos. La indicación es apartarse y narrar lo que ven.
Sobre esto último, una exageración en las indicaciones de las trasmisiones deportivas: los periodistas de cancha no deben perseguir a un protagonista. Si viene caminando Riquelme y ante una pregunta sigue su marcha, se lo debe dejar ir. En este punto es respeto por Riquelme, pero mucho más por el propio periodista.
-Las notas no se mendigan. Siempre está en juego nuestra dignidad
-Debe haber un equilibrio en el tiempo de las notas a funcionarios del Gobierno y sus opositores prevaleciendo, en todo caso, estos últimos porque en circunstancias normales tienen menos chances de ocupar lugares en los medios periodísticos.
-No se debe discutir con el entrevistado si fue el medio quien lo invitó. Hay un límite para plantear las discrepancias. Y un tono.
-Las notas en exteriores las deben sostener los periodistas que están en el móvil. Es irrespetuoso convertir compañeros en meros colocadores de auriculares.
-No hacer radio con los diarios en la mano. Tener agenda propia, producción propia.
-No tener anunciantes propios de los Gobiernos (ciudad, provincial o nacional, salvo entes turísticos en el sistema de canjes) o de las Corporaciones (Bancos, prestadores de servicios públicos; es decir, los que pueden ser pasibles de crítica)
-No inmiscuirse ni remotamente en la vida privada de las personas públicas.
-Chequear la información con quienes estén dispuestos a hacerse responsables o merezcan confianza para asumir esa responsabilidad nosotros mismos.
Hay planteos que se refieren a la estética, el trato, al objetivo común de embellecer la vida, a la superioridad de los temas sobre las noticias, la responsabilidad de ofrecer espacio a las ciencias, el ambiente, la solidaridad y el compromiso para mejorar la calidad de vida. Pero ese es el fondo de la cuestión, y cada cual elige su camino.
El «modo» en cambio es cada día, el enunciado.
¿Y nos autorregulamos?
Víctor Hugo