Lacoste

 Un artículo del 4 de julio de 1978 en el que nombraba a Lacoste y a Merlo –militares del gobierno de facto de la Argentina–, es modificado de manera bastarda, con el agregado de los cargos de los mencionados, que yo no hacía constar en la nota.

 La condición de militares y el rango, fueron agregados por los sicarios de “Clarín”, no por mí.

 Al cabo de un mes en Buenos Aires, viviendo el Mundial como si fuera propio, no hay notas en las que elogie al régimen vecino. No está el nombre de ninguno de ellos. Aún cuando ese campeonato me pareció extraordinario y, afectivamente, estaba muy comprometido con un país que me había dado todo cuanto era en el plano profesional.

 Cuando se terminó el Mundial comienza una serie de notas comparando lo que se hizo en Argentina con lo de Uruguay. El famoso egoísmo de los clubes y sus dirigentes, la debilidad del Comité Ejecutivo frente a los dirigentes que llevaban la voz cantante eran reflejados –acaso con demasiada insistencia–, en ese artículo del 4 de julio que nombra a Lacoste y a Merlo. Atribuía a ellos el manejo del fútbol y la decisión de no vender jugadores varios meses antes del mundial.

Pero Lacoste y Merlo no eran mencionados como militares. Eran dos hombres que –creía–, habían hecho bien las cosas más allá del interés de los clubes, por encima de los Armando y los Aragón Cabrera, dirigentes a quienes comparaba con los de Montevideo.

 Pero es evidente que pasé por alto su condición de militares. No era entonces que, en tanto militares, habían procedido en defensa de su selección.

 Cuando la nota es transcripta, se le agrega adrede e intencionalmente, el grado y el cargo que ostentaban esos militares en el gobierno.

 Así se compone una falacia más y se hace más fuerte la intención de mostrar algo –aunque sea una simple nota–, en la que se pudiera, fuera de cualquier contexto –sin contexto no hay periodismo–, maltratar y denigrar mi nombre.

De todas formas, siempre conservé como un hecho doloroso lo sucedido en ese Mundial. Todo lo que se supo después, abochorna hasta la alegría de aquellos días de junio del ‘78.

 Lo que van a leer a continuación es la carta enviada a Estela de Carlotto –la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo–, bastante tiempo antes de esta operación, ante un pedido de nota acerca del ‘78.

 Más de treinta años después queda bien en claro que, cuanto no supimos ver, lo que ignorábamos en Montevideo –comprensible si pensamos que las atrocidades no eran aun conocidas ni en la propia Argentina–, jamás dejo de provocarnos consternación.

Víctor Hugo