Con Víctor Hugo en Berna

 Si estamos marcados por aquella transmisión radial que junto a mi padre descubrimos con euforia aquel 22 de febrero de 1981, día del coincidente debut de Diego Maradona y Miguel Brindisi en Boca Juniors, y de Víctor Hugo Morales en la radiofonía argentina, qué decir de compartir una experiencia de una jornada entera con el más grande relator de estas tierras y nada menos que en Berna.

 Ocurrió la semana pasada en el contexto del partido amistoso entre las selecciones de Suiza y Argentina, y a partir de un amigo en común y conocido de todos ustedes, nuestro columnista Fernando Segura Trejo, doctor en Sociología graduado nada menos que en París, y quien había estado presente en las salidas del periodista desde la Casa Argentina de la capital francesa, en las horas previas a Berna.

 Víctor Hugo condujo el programa “La Mañana” de Radio Continental desde el mismo pupitre en el que horas más tarde relataría el partido, con la cancha vacía y un tractor arreglando el césped, y con una enorme cantidad de papeles con apuntes, preparados por su producción.

 La primera imagen es la del asombro por la forma en que Víctor Hugo maneja todo lo que ocurre en la Argentina desde Berna. Casi como si estuviera allí, y con un nivel de exigencia para su equipo que nos parece muy alta, hasta el último detalle de la música, del botón que se apretó, del ruido que parece haber y que molesta, del tono del relato, del protagonista a llamar para una entrevista.

 Pero también sorprende por la forma de dialogar con su equipo. No es común escuchar que quien conduce un programa de tanta audiencia se hace tiempo para preguntar, desde la mayor simpleza, “¿Qué es lo que queremos saber?”, o “Qué es lo que estamos debatiendo?” o “Al final, cuál es la pregunta que nos estamos formulando?”, como una manera de allanar el camino de la búsqueda.

 Polifacético, culto, movedizo, observador, también agotado de tantos viajes, Víctor Hugo nos pide que le compremos algún gorrito para combatir el frío suizo, y por suerte en el mismo complejo del Stade de Suisse, hay varios shoppings y allí regresamos, junto al amigo Fernando, con el gorrito con pompón, que reemplaza al que venía con una especie de capa, que cual Superman, se había colocado.

 Por la noche, luego de una siesta reparadora, que termina cuando Fernando golpea la puerta de su habitación para despertarlo y caminar los tres un breve trecho hacia el estadio, Víctor Hugo despliega todo su repertorio, ya a sus anchas en el terreno del fútbol. Es el director de orquesta y entonces reparte el juego entre su comentarista en estudios centrales, y nuestros aportes.

 Bastará una mención de Fernando al estadio que con otro nombre, en el pasado, fue sede de la final del Mundial 1954, para que aparecieran toda clase de recuerdos y anécdotas no sólo de aquel triunfo alemán sobre los húngaros, sino de la semifinal en la que los magyares eliminaron a los uruguayos en uno de los partidos más importantes de la historia.

 Aparecerá la referencia a la relatividad de Einstein, aprovechando que nos encontrábamos en su ciudad, y meticulosamente, querrá tomar nota exacta de los apellidos de los jugadores suizos que ingresan como suplentes, en especial, uno de origen uruguayo, bastante complejo de pronunciar. Tanto, que casi pierde el gol argentino por estar pendiente de ese nombre, pero el genial relator alcanza a percibir justo la ocasión del tanto.

 Víctor Hugo nos quiere pasar el micrófono para que hagamos un comentario en el entretiempo, pero la necesidad de enviar nuestros textos en pocos segundos, no nos lo permiten. Luego, nos reiterará una invitación a cenar, pero no llegaremos, acostumbrados como estamos al ritmo del periodismo escrito.

 No llegamos a verlo al regreso al hotel. Fernando nos cuenta que no daba más y que al día siguiente tenía que volar en la mañana hacia París, para transmitir al mediodía por la diferencia horaria con Argentina. Nosotros también volábamos temprano, rumbo a Madrid, pero desde Basilea.

 Nos deja saludos a través de Fernando. En realidad, nos deja mucho más: un gran aprendizaje en pocas horas. Una lección de periodismo comparable a un curso completo, y la riquísima experiencia de haber compartido un día con un periodista y relator inigualable.

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