Un amigo mira desde el auto, la calle aún despejada a la salida del Nuevo Gasometro, y dice: “Pobre San Lorenzo.”
Hace mil años que, a los partidos de los Cuervos, este relator va a la cancha con Carlitos Rubio, un fana del Ciclón. Lo ha visto calentón, le escuchó reproches, quejarse de los árbitros bomberos. Pero así vencido, casi sin rebeldía, sintetizando el dolor en tres palabras, nunca antes. Por unas cuadras, nadie dice nada. La frase queda flotando dentro del auto, como si fuese la única explicación posible. “Pobre San Lorenzo.”
“Y estos tipos que no te regalan nada, que saben jugar.” Ahora el amigo habla de Boca. Y dice una verdad que completa el comentario. Los Cuervos tienen poco, casi nada, y Boca está afilado, sabe jugar. De una confrontación así, el resultado no debería ser otro, por caprichoso que sea el fútbol. Boca le está quitando previsibilidad a este juego y lo lógico sucede más que nunca en sus partidos. Tiene un poco más, no mucho más, que los otros, pero lo sabe hacer valer. Todo el tiempo. Hasta cuando San Lorenzo tenía la pelota al principio, las chances más claras eran para Boca y mientras Champagne se ponía el traje de los héroes, Orion era un espectador sólo preocupado por devolver bien la pelota cuando sus propios compañeros se la pasaban.
“Además, ¿cómo vas a dejar que un tipo se arrime al área como para patear y no lo marque nadie?” Quien firma esta columna lo deja hablar al amigo. Mentalmente va tomando nota del monólogo con ideas que Carlitos va soltando en cada semáforo. Tiene razón. En un contexto parejo, no se puede permitir que Sánchez Miño, prepare, apunte y fuego, sin que nadie le salga al cruce en la puerta del área. En ese remate cumplido con la facilidad de cuando ingresan los equipos y empiezan a ensayar tiros al arco, se definió el pleito. San Lorenzo supo que su distracción, sería pagada con el disgusto de la increíble multitud que lo amparaba. Brutalmente se anunciaba que esta vez el pasado perdía con el presente. Los Santos traían la estadística, como sustento de su esperanza. Boca, la actualidad. La rotunda razón de los hechos del presente. Sus 33 partidos invicto en el torneo local. Su título reciente. Su manera de mirar el valle del fútbol desde laderas empinadas. No desde la cima, pero desde más alto que el resto.
“Andá a meterles un gol cuando van ganando”, sentencia el improvisado analista. Un reconocimiento para Boca. Si cero a cero, no se regalan nunca, andá a soñar que se distraigan cuando van ganando.”Plin caja, te hacen”. Cuando el silencio prospera demasiado, el cronista le tira un cabo a Carlitos, como si lanzara una rosa a una chica preciosa que está en la esquina. Pero el hincha del Ciclón no ve, qué va a ver… “Bien, la hinchada”, dice el relator, por decir algo. Pasan unos cuantos metros. “Si… bien… Si no tenemos ni a quien putear. ¿Te la vas a agarrar con Madelón, con los jugadores, con el árbitro? Si la pura verdad es que tenemos poco, que te ganaron bien, y que capaz que tenés que prepararte para lo peor.”
Lo peor, se sabe, es la Promoción, o el descenso directo. “Yo ya probé eso… Mamita, cómo duele. Tres meses sin mostrarme estuve la otra vez. Pasaron 30 años y me parece que fue ayer”. Entonces ocurre el sorpasso de un auto con una bandera de Boca, saliéndose por la ventana. “Después hablan de estos. Sabés cómo quisiera estar en el lugar de ellos. Que no juegan lindo, la puta madre… Cuánta pavada te tenés que bancar. Sin despeinarse. Nos ganaron. Se entrenaron los tipos”.
–Algo así metí en el relato. Que Boca pareció no tener que esforzarse demasiado.
–Sí, pero, perdoná, porque para ver eso, no precisas ser relator. Eso, hasta yo, lo veo.
Se baja del auto. El cronista lo ve caminar por la vereda. Bendito fútbol, que a un tipo que tiene trabajo, amigos, historia, lo puede convertir en un alma en pena. El cuerpo del amigo cuervo, camina arrastrándose, como si fuese la cola de un cometa, con una montaña atada a sus hombros.
Víctor Hugo